7/5/24

Rocky...

 ROCKY ROCKOLA

Por Jorge Godínez,

Guatemala


     

    Desde el restaurante de la esquina descubro en las gradas del Parque Gómez Carrillo una aglomeración, me acerco para ver de qué se trata, solo veo espaldas. Me abro paso entre la multitud, pido permiso, empujo. Llego a un punto donde miro una cara larga, tan larga como un maní, cejas juntas hirsutas, ojillos de grillo se esconden tras gafas oscuras, nariz córvida, gorra con visera cubre su cabeza, pelo liso y largo que le llega hasta los hombros. Vestido con pantalón y camisa corrientes, camina sobre tenis. Flaco, nervioso, eléctrico, un juglar en indigencia.

     En las gradas de la Concordia se para y se prepara Rocky Rockola para el concierto de rock. Sin más acompañamiento que su propia boca. Rocael inicia con una introducción musical, la gente camina viendo qué mira, vehículos de norte a sur, semáforos en las esquinas. Extrañamente la melodía suena con timbre de saxofón alto y un chinchineo simultáneo marca el ritmo de la melodía inédita. Palabras que no significan nada en un inglés inventado: el ¡changaracachaca changaracachaca!, de una guitarra eléctrica. El ¡Taca tutucu tu tun!, de los tambores. Las personas son cautivadas por el menudo hombre orquesta. La muchedumbre obstaculiza el graderío y banqueta, que normalmente expedita a gran cantidad de peatones. Le hacen semicírculo y al terminar la canción le aplauden, él agradece. Huesuda la mano cubre quijada, pero deja libre la boca, de la que sale un chillido:

     --¡Guan mol taim!

     La cara de la máscara con voz de radito de transistores suena trifásicamente, es decir, tres emisiones sonoras simultáneas. Toca canciones, muchas de ellas son improvisaciones del momento que se le olvidarán después. Termina la pieza y los aplausos lo gratifican. Risas y frases dichas entre dientes. Insistentemente se toca con dos dedos los anteojos oscuros, tic compulsivo y habitual en cada interpretación del cantante polifónico. Anuncia con voz de locutor el título de la próxima rola, que enseguida sale de su hoyo cantante, como ya dijimos, en triada antinatural: melodía, armonía y ritmos, todo al mismo tiempo. A diferencia de otros hombres orquesta internacionales, Roque no necesita de bombo en la espalda, ni de platillos en las rodillas, ni de acordeón en las manos, sin castañuelas y sin cascabeles, ni trompeta, ni violineta, con solo su jeta, prescindiendo de cualquier bártulo, desafía las leyes naturales de la monofonía.

     Las notas concomitan de sus cuerdas vocales, que ora suenan como distorsionador de guitarra eléctrica, ora como batería. Los platazos vibran en sus labios con calidad Zildjian. Lo que suena se puede comparar con una radiodifusora mal sintonizada. El ponchín se abre y cierra ¡Ts ts ts! Hi hat que aplaude jitanjáforas del ¡Tuctucta tucutucutuc ta! No usa micrófono, su intervención es a puro pulmón, garganta y diafragma, sin bocinas, sin consola ni fuente de poder, mucho menos deelay, peor ecualizador, qué crossover ni qué nada. Su voz es un sintetizador de rango extenso y amplia tesitura. Canta a tres voces, lleva los bajos, un piano hace acorde de séptima y la nota sensible produce la modulación, aprovecha la trompeta para la fuga en contrapunto barroco. Violines como zancudos hacen colchón al arreglo. Se pone el puño en la boca y luego grita el muy guasón:

     ¡Buena música! ¡FM Estéreo! 

     Al tiempo que habla redobla un tambor como en los circos, sí, como esas fanfarrias en números peligrosos. El hemiciclo formado por transeúntes estacionarios se hace más grande. El show tiene que seguir y el solo de tambores tropicales hace la delicia de los amantes de la salsa, la soca del Arrow y del Rana sale de su hoyo cantante, la batucada filinuda inunda el ambiente y pega en el oído del noble público que invierte su tiempo en escuchar la primera parte del concierto de rock, fusión y derivados. Vienen los aplausos, una ligera reverencia, se quita la gorra y la extiende hacia los espectadores, el semicírculo casi se deshace. Solo unos pocos premian con monedas la actuación, los demás, al ver que hay que pagar, se van de prisa. Si acaso los de adelante, comprometidos por haber disfrutado todo el set, meten la mano al bolsillo y un tanto de mala gana minusvaloran al artista callejero e increíble cantante polifónico. Al singular hombre orquesta guatemalteco.

     ¡Ingratos!