17/10/24

Planeta

Javier Payeras,
Guatemala


PLANETA


   No tengo gente alrededor, me dejaron en mi planeta. Camino todo el día en calles donde no hay nadie. Entro por las puertas de todas las casas. Las carreteras son líneas nada más, no pasan carros, no se ve una sola alma. Las tiendas han sido abandonadas. Los edificios son cadáveres de polvo. todo está tan solo y es tan vasto.

   Mi mundo es enorme desde que se quedó sin gente.

   Se fueron por la noche y no me dijeron nada. Construyeron sus naves en secreto, ocultaron muy bien su plan de abandonarme.

   No tengo nada qué hacer si en esta soledad solamente quedaron las cosas.

   Todo lo que alguna vez fue mi vida, viaja ahora por el espacio. Mi familia, mis vecinos, mis compañeros de trabajo...

   Me dejaron monstruos. Una huella de combustible. El surco de nubes en el cielo. Invierno en tenazas. Dos langostas gigantes. Algunos reptiles. Una catedral de cohetes y antenas.
Plástico y basura cibernética.

   Las calles se quedan poco a poco sin luces y la lluvia está encharcando en todos lados. Ya no es tarde, ya no puede ser tarde, ya nunca será temprano ni nunca volverá a ser nunca.
Se acabaron las promesas. También las contradicciones. Se fugó la depresión con potentes turbinas. Solo queda tiempo inútil para invertirlo inútilmente.

   Cada quien sabe que al dejarlo todo siempre se corre el peligro de estar muerto. Sin embargo no pareció importarles. Se lanzaron con arrebato hacia otro mundo, otro sitio que ni siquiera imaginaron. Están por todo el cielo.

   Cada locura imagina de distinto modo el futuro. A veces son máquinas, a veces plantas carnívoras, dinastías de simios, antimateria, máquinas o clones. Nadie se imagina esta soledad.

20/9/24

Gedeón...

Por Víctor Muñoz,
Guatemala


 Gedeón plomero



Qué jode la tía Toya.  Se arruinó el inodoro y se puso terca con que se lo arreglara.  ¿Y qué se yo de arreglar inodoros?  ¿Acaso soy fontanero o plomero o cosa semejante?  Y así se lo hice ver, que yo no sabía de esas cosas y que cuando pasara alguno de esos que dejan tarjetitas tiradas debajo de la puerta en las que se promocionan para destapar desagües y arreglar tuberías, que lo contratara para que arreglara el inodoro.

-Es que son muy chuchos –me dijo-.  La vez pasada, solo por cambiar un chorro que se estaba goteando me cobraron un dineral, y por no ver que ni lo dejaron bien, y te recordás de que cuando vino el recibo del agua tuvimos que pagar un exceso tan alto que casi ni pudimos llegar a fin de mes con el gasto.  Menos mal que por esos días se apareció Papaíto y él se encargó de arreglar el chorro.

-Pues sí –le dije-, pero es que yo no sé nada de eso. -¿Por qué no le dice a Papaíto que nos haga el favor de venir a ver qué tiene el inodoro?

Ella solo se quedó pensando y se rascó un dedo.

-Mirá –me dijo-, ¿por qué no ves si podés hacer algo?  Tal vez solo se trate de algo sencillo, a lo mejor es solo de apretar un tornillo o jalar la cadenita que tienen esas cosas ahí adentro.

En esas discusiones estábamos cuando escuchamos el timbre.  Por salir de la molesta discusión me fui a ver quién estaba de visita.  Era Gedeón.

-Hola vos –me dijo, con esa su cara de sonso que pone cuando no haya en dónde poner las manos.  Otras veces sus visitas me causan molestia, pero esta vez la sentí como de las puras perlas.  Lo invité a pasar adelante y me lo llevé hasta el comedor.  Saludó a tía Toya muy amorosamente, porque eso sí, es mero amable y meloso con la gente.  A mí esas cosas me caen mal, pero cada quien tiene su propio estilo para vivir la vida, ¿verdad?

-Hola doña Toyita -le dijo-.  Mire que me da mucho gusto verla, y verla tan bien.  ¿Cómo ha estado?

Este Gedeón no le cae bien a mi tía.  Y no sé por qué, pero no le cae bien.  Ella apenas le respondió el saludo y así, de sopetón le preguntó si sabía algo de arreglar inodoros descompuestos.

-Pues mire, así como quien dice que soy un experto en el asunto, pues no, pero si quiere miro de qué se trata la cosa.  A lo mejor es algo sencillo.

Nos fuimos los tres al baño en donde, efectivamente, se escuchaba un ruidito que dejaba saber que había una corriente de agua.  Gedeón se acercó al inodoro, levantó el sentadero y se quedó mirando, después lo puso de nuevo en su lugar y quitó la tapadera del tanque.  También se quedó mirando para adentro, jaló algo y comenzó a brincar agua por todos lados como si se tratara del surtidor de una de las fuentes del parque central y de pronto los tres estábamos como recién bautizados, de mojados que quedamos.  En vez de dejar las cosas como estaban se puso a darle vueltas a algo hasta que lo arrancó y entonces comenzó a salir un chorro de agua verdaderamente impresionante.  Quiso poner la tapadera en su lugar pero tal vez por el susto, o porque se resbaló, se le zafó de las manos y la dejó caer al suelo.  Tía Toya, que se había ido a buscar una toalla, regresó corriendo al escuchar el estruendo.  Quedó espantada al ver tanta agua por todos lados y los pedazos de la tapadera del tanque tirados en el suelo.

-¿Qué pasó? –preguntó con voz trémula.  Yo no dije nada.

-Mire doña Toyita –le dijo Gedeón-, ocurre que yo estaba tratando de arreglar esto, ¿verdad?, y ya di con el problema, habrá que ir a comprar un arbolito, porque eso fue lo que se arruinó, el arbolito, mire, estos arbolitos son baratos y es bien fácil ponerlos.  Si querés vamos a la ferretería a conseguir uno –me dijo.

-¿Y para mientras toda esta agua? –preguntó tía Toya, a punto de entrar en pánico.

-Ay Dios –le dijo Gedeón-, en un ratito estamos de regreso y dejamos esto arreglado.  Vamos vos –me dijo.

Yo ya sé que andar con Gedeón es un riesgo, pero ante la emergencia no lo pensé dos veces y casi salimos corriendo.  Llegamos a la ferretería, se puso a explicarle al dependiente que necesitábamos un arbolito para el inodoro.  El dependiente nos mostró cuatro diferentes.  Gedeón le pregunto cuál era la diferencia entre uno y otro y el dependiente le explicó que lo mejor sería que lleváramos la muestra para no llevar algo equivocado, ya que ningún producto tenía devolución.  Luego de mirar detenidamente los cuatro escogió uno, y mostrándomelo me dijo que él veía que ese era el que más se parecía al inodoro de la casa. Como ya lo dije, yo no sé nada de inodoros y confié en su sabiduría.  Pagamos el arbolito y nos fuimos de regreso para la casa.

Cuando llegamos eso estaba imposible.  Había agua por todas partes y tía Toya corría por todos lados tratando de que la casa no quedara inundada.  Gedeón se puso a atornillar el arbolito en algún lugar dentro del tanque, pero evidentemente no pudo atornillar nada

-Yo creo que no era este el arbolito, vos –me dijo-.  Vamos a tener que regresar a la ferretería, pero lo bueno es que me voy a llevar la muestra para traer el  correcto.

-De estos no tenemos –nos dijo el dependiente

-¿Y ahora qué hacemos? -me dijo el muy bruto, poniendo cara de desolación.

En esas estábamos cuando el dependiente nos preguntó qué era lo que nos estaba pasando.  Se lo explicamos, entonces nos propuso que se fuera con nosotros un señor que se mantenía por ahí, precisamente resolviendo problemas de plomería.  Poco faltó para que nos lo lleváramos cargado al hombre.  Al llegar a la casa, el Gedeón, aduciendo un compromiso urgente me dijo que se tenía que ir por esto y por aquello.  Y se fue.

El hombre se puso a hacer su trabajo de plomería.  Lo primero que hizo fue cortar el ingreso de agua desde la calle.  Trabajó despacio, cobró duro pero dejó todo en orden, menos la tapadera del tanque, claro, que hubo que tirar los pedazos a la basura.

Sería bueno que nunca más venga ese tu amigo a la casa –me dijo tía Toya.  

6/8/24

Nota de duelo

 Dirección de Mesa de Poesía


Adiós poeta Jesús García Clavijo


   Tras sufrir serios quebrantos en su salud, nuestro querido poeta y colaborador por muchos años en Mesa de Poesía, el cubano Jesús García Clavijo, falleció el pasado 25 de julio del presente año en su ciudad Santiago de Cuba. Mucho hará falta Jesús, el mundo de la Poesía lo extrañará. Desde este espacio literario externamos nuestro pesar a su querida esposa Irene, a su hija Irenita y a toda su apreciada familia.


7/5/24

Rocky...

 ROCKY ROCKOLA

Por Jorge Godínez,

Guatemala


     

    Desde el restaurante de la esquina descubro en las gradas del Parque Gómez Carrillo una aglomeración, me acerco para ver de qué se trata, solo veo espaldas. Me abro paso entre la multitud, pido permiso, empujo. Llego a un punto donde miro una cara larga, tan larga como un maní, cejas juntas hirsutas, ojillos de grillo se esconden tras gafas oscuras, nariz córvida, gorra con visera cubre su cabeza, pelo liso y largo que le llega hasta los hombros. Vestido con pantalón y camisa corrientes, camina sobre tenis. Flaco, nervioso, eléctrico, un juglar en indigencia.

     En las gradas de la Concordia se para y se prepara Rocky Rockola para el concierto de rock. Sin más acompañamiento que su propia boca. Rocael inicia con una introducción musical, la gente camina viendo qué mira, vehículos de norte a sur, semáforos en las esquinas. Extrañamente la melodía suena con timbre de saxofón alto y un chinchineo simultáneo marca el ritmo de la melodía inédita. Palabras que no significan nada en un inglés inventado: el ¡changaracachaca changaracachaca!, de una guitarra eléctrica. El ¡Taca tutucu tu tun!, de los tambores. Las personas son cautivadas por el menudo hombre orquesta. La muchedumbre obstaculiza el graderío y banqueta, que normalmente expedita a gran cantidad de peatones. Le hacen semicírculo y al terminar la canción le aplauden, él agradece. Huesuda la mano cubre quijada, pero deja libre la boca, de la que sale un chillido:

     --¡Guan mol taim!

     La cara de la máscara con voz de radito de transistores suena trifásicamente, es decir, tres emisiones sonoras simultáneas. Toca canciones, muchas de ellas son improvisaciones del momento que se le olvidarán después. Termina la pieza y los aplausos lo gratifican. Risas y frases dichas entre dientes. Insistentemente se toca con dos dedos los anteojos oscuros, tic compulsivo y habitual en cada interpretación del cantante polifónico. Anuncia con voz de locutor el título de la próxima rola, que enseguida sale de su hoyo cantante, como ya dijimos, en triada antinatural: melodía, armonía y ritmos, todo al mismo tiempo. A diferencia de otros hombres orquesta internacionales, Roque no necesita de bombo en la espalda, ni de platillos en las rodillas, ni de acordeón en las manos, sin castañuelas y sin cascabeles, ni trompeta, ni violineta, con solo su jeta, prescindiendo de cualquier bártulo, desafía las leyes naturales de la monofonía.

     Las notas concomitan de sus cuerdas vocales, que ora suenan como distorsionador de guitarra eléctrica, ora como batería. Los platazos vibran en sus labios con calidad Zildjian. Lo que suena se puede comparar con una radiodifusora mal sintonizada. El ponchín se abre y cierra ¡Ts ts ts! Hi hat que aplaude jitanjáforas del ¡Tuctucta tucutucutuc ta! No usa micrófono, su intervención es a puro pulmón, garganta y diafragma, sin bocinas, sin consola ni fuente de poder, mucho menos deelay, peor ecualizador, qué crossover ni qué nada. Su voz es un sintetizador de rango extenso y amplia tesitura. Canta a tres voces, lleva los bajos, un piano hace acorde de séptima y la nota sensible produce la modulación, aprovecha la trompeta para la fuga en contrapunto barroco. Violines como zancudos hacen colchón al arreglo. Se pone el puño en la boca y luego grita el muy guasón:

     ¡Buena música! ¡FM Estéreo! 

     Al tiempo que habla redobla un tambor como en los circos, sí, como esas fanfarrias en números peligrosos. El hemiciclo formado por transeúntes estacionarios se hace más grande. El show tiene que seguir y el solo de tambores tropicales hace la delicia de los amantes de la salsa, la soca del Arrow y del Rana sale de su hoyo cantante, la batucada filinuda inunda el ambiente y pega en el oído del noble público que invierte su tiempo en escuchar la primera parte del concierto de rock, fusión y derivados. Vienen los aplausos, una ligera reverencia, se quita la gorra y la extiende hacia los espectadores, el semicírculo casi se deshace. Solo unos pocos premian con monedas la actuación, los demás, al ver que hay que pagar, se van de prisa. Si acaso los de adelante, comprometidos por haber disfrutado todo el set, meten la mano al bolsillo y un tanto de mala gana minusvaloran al artista callejero e increíble cantante polifónico. Al singular hombre orquesta guatemalteco.

     ¡Ingratos!

5/3/24

Soy poeta...

Javier Payeras,
Guatemala


SOY POETA... CARAJO



   Algo queda vacante cuando se va la inocencia, ¿inocencia o ingenuidad?, puede que la confusión entre ambas palabras -ambiguas al fin- sea el paso que nos obliga a escribir desde muy temprano. Se abre la claridad y hay un montón de colillas de cigarro revueltas con fideos en una caja de comida china, anotamos el desastre y nos sentimos lejos del mundo… sedientos de estar solos. La inocencia se pierde entonces cuando reclamamos esa soledad que en la madurez se acentúa con más claridad: pocos amigos, horarios rígidos y prioridades de vida. 

   A veces caminamos buscando muelles y nos damos cuenta que nuestra ciudad no tiene vista hacia el océano, apenas un cielo rayado de cables que van directo a postes parecidos a crucifijos, por las noches el cielo desaparece ante los letreros inmensos de los McDonald´s y uno se queda entonces paralizado tratando de comprender que todo futuro va directo a la nostalgia y que los días son más líquido que tierra firme.

   Acaso lo que nos va sumando la experiencia es precisamente la imagen anticipada de un final. Un final que no es como pensamos: un cielo martillado mientras las luces van apagándose como en una película de Antonioni… Realmente los finales que vivimos tantas veces en la vida son situaciones más humildes: vivir de la escritura (esperando ganar para vivir de ello) o el día que nos retiramos para siempre de los bares o las muchas despedidas que lleva encima la palabra “escritor”. La poesía enciende los cirios de aquellas habitaciones donde nos cortaron la luz, queda pues enunciar y definir el carácter… soy poeta, carajo.

13/10/23

Manifiesto...

Javier Payeras,
Guatemala



 MANIFIESTO DE LA POESÍA OBSOLETA


   Regresa por la noche y se pone a escribir sin detenerse, palidece su ánimo cuando la interrumpe el ruido más leve y puede redactar cien hojas en medio del ruido más ensordecedor, se duerme en los aeropuertos y la dejan varada los autobuses, nunca descansa y a veces se levanta de mañana hecha una ruina, es la loca de la casa, la que no pelea con sus parientes por una propiedad en herencia ni por dinero; consigue enamorar, pero aleja con su tristeza a sus posibles amantes, no finge, porque sólo nos muestra su reflejo; no cultiva con cuidado los contactos y la sociedad quiere herirla en su parte más baja, esto es, en el lado izquierdo del tórax; la traiciona la mediocridad y el subdesarrollo, es del color de las hojas viejas que se descomponen en todos los tiempos, vuelve a su escritorio rancio y se apila junto a las estrellas que a esa hora de la noche se descuelgan sobre el café, es el corte exacto que le falta a la pared, es la cadena ruidosa de la bicicleta del niño, es el punto y la coma, la sed y la rabia, la hélice de una flor y una lechuza en celo, luego se va a dormir y a rodajear tomates en el sueño, percibe un sueldo menos que necesario, huye de la caspa atómica que dejan los políticos, dibuja distraída mientras pinta para convencerse que no es pintora, es poesía con todo ese ruido en los dientes y orejas que captan la radio, se hace prófuga y esgrime algún folleto fundamentalista, cree que la religión, la cábala u otra locura la salvará del dolor más profundo (y se equivoca, por supuesto), habla sin parar de sus cosas, cosas sin importancia: un vaso de lápices, una lámpara... agiganta los miedos que de niña la detenían en el sofá y nombra una mitología extraña de cosas en movimiento y se lanza a la muerte con sus amuletos; disfraza su delgada figura con un traje hecho de tormentas y cree que algún día el dinero vendrá flotando del mar, las costras se caen de su cara y por lo regular su rostro permanece vertical como una fila de ángeles; amenaza a los diarios con publicar sus dudas y se ríe estruendosamente cuando los mojigatos la llaman cínica; es sonámbula cuando entra en contacto con la voz de su abuela, atropella sin querer a gente torpe que sólo sirve para ver debajo de los paraguas; se da al olvido como una rutina muy cómica y estira sus bolsillos con lluvia cuando debe compartir lo que no tiene; se pregunta, ¿existirá el mañana?, tiene hermanos torpes que a su lado sólo han podido echarse a reír; escucha la música como quien atiende algo responsable, pletórico de colores y vital para llegar al cielo; abre su corazón con un abrelatas y se cree la única responsable del fin del mundo; vive en la casa de otros o viaja durante años sólo para consolar a un amigo...


   La Poesía Obsoleta vuelve y se va. Y el mundo sigue igual. Igual con o sin ella. Igual con sus peces de colores. Con sus cigarrillos. Con sus limosnas y con sus limosneros. Igual con su ahogo de siglos tropezándose en la página.


4/10/21

Los Picapiedra

Francisco Garzaro,
Guatemala

Los Picapiedra


   Finalizando los años cincuenta e iniciándose la época de los sesenta del siglo pasado, cuando la televisión aún no se imponía al público en esta pequeña república centroamericana llamada Guatemala, la radio mantenía su hegemonía como medio de comunicación masivo. Era yo un adolescente radioescucha. Una oleada de música norteamericana hacía su aparición con el nuevo ritmo que se imponía entre los adolescentes. El rock´n´roll. Y lo hacía con fuerza resonando diariamente en algunas radios e imponiéndose a la música ranchera mexicana. Así recuerdo la radio 9.80, la 1210. En éstas escuché por primera vez a Bill Haley y sus Cometas, a Elvis Presley, Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis, Fats Domino y otros menos "rockeros" como Pat Boone o Paul Anka, Harry Belafonte...

   Los jóvenes de clase media urbana guatemalteca éramos los nacientes rocanroleros. Conforme crecía esta oleada en Guatemala, pronto llegó al país la versión del rock´n´roll en español con grupos mexicanos como Los LLopis, Teen Tops, Hooligans, Locos del Ritmo, Johnny Laboriel y los Rebeldes del Rock, y cantantes como Enrique Guzmán, César Costa, Alberto Vásquez, Manolo Muñoz, Angélica María, Julissa, entre otros más.

   Y yo no sería la excepción entre los aficionados al rock´n´roll. Mi padre, Oscar Garzaro, de familia italiana inmigrante, era un cantante de tangos en las radios locales y, además, un fino artesano de la madera. Veía en mí, supongo, un proyecto musical, pues pronto tras cumplir mis 15 años me obsequió una guitarra Egmond holandesa y empezó a mostrarme en la guitarra las posiciones elementales de los acordes. Él veía en mí a un posible joven acompañante guitarrista para sus tangos, pero yo solo tenía oídos para el rock´n´roll.

   Más luego que tarde empecé a tocar "de oído" las piezas que escuchaba en la radio. Estudiaba la Secundaria en el colegio "La Juventud". Allí, mi compañero de clase, Edin Reyes, estaba, igual que yo, entusiasmado con el rock´n´roll. Él era seguidor de bateristas como Gene Krupa, Joe Morello y del "bataquero" del grupo The Ventures, y, por supuesto su instrumento en mente era la batería. De hecho utilizaba sus dedos índices para redoblar sobre la tapa del escritorio en el salón de clases. Pronto surgieron otros muchachos que se nos sumaron en el entusiasmo. Eran jóvenes de mi vecindario en la colonia Las Victorias y la 10 de Mayo, ambas en la zona 1 de la capital guatemalteca: Carlos Secaira, acordeón, Hugo Meza, guitarra, que utilizaría poniéndole cuatro cuerdas gruesas, como bajo, y Armando Ponciano, guitarra.

   Así se originó el grupo Los Picapiedra, al final de 1961 o inicios de 1962. Este nombre se escogió entre un listado que elaboramos a pura chanza. Curiosamente no se escogió por alusión a la famosa serie de televisión The Flinstones, sino que bromeábamos entre nosotros en sentido de que, por "asesinar" a la música, podríamos hacernos merecedores de ir a prisión y que ahí, entonces, presos, probablemente nos enviarían a picar piedra para hacer caminos como hacían, según se repite, con los presidiarios durante el régimen del dictador Jorge Ubico. De tal idea, "los picapedreros".

   En Los Picapiedra toqué la primera guitarra e hice de cantante; Armando Ponciano la segunda guitarra (rítmica), y Hugo Meza convirtió una guitarra en bajo cambiándole las seis cuerdas por cuatro de las que usan los guitarrones mexicanos. Estas guitarras y el "bajo" fueron transformados en instrumentos eléctricos por mi padre, adaptándoseles micrófonos japoneses Teisco. En amplificación utilizamos amplificadores Pacemaker. Y mi padre donó a Los Picapiedra una preciosa batería Ludwig que fue estrenada por Edin Reyes, nuestro baterista original.

   Ensayábamos en mi vivienda y nuestro primer público fue la gente del vecindario. El grupo fue consolidándose y el repertorio de piezas creció. Hubo composiciones propias y otras que copiábamos de nuestros grupos extranjeros favoritos. Tocábamos no pocas piezas instrumentales de The Ventures y del Bill´Black Combo.  

   Quien nos dio a conocer fue Danilo Sanchinelli. Él organizaba eventos artísticos en las salas de cine, y en el Gimnasio Nacional Olímpico actuamos junto al cantante mexicano Enrique Guzmán. Danilo se presentó a uno de nuestros ensayos y nos contrató. Con él actuamos en cines, teatros y otros locales de la capital, y algunas veces fuimos al interior del país. En la capital actuábamos como parte de su show llamado "Danilo Sanchinelli y sus Estrellas", y cuando íbamos a los departamentos se llamaba la "Caravana Artística de Danilo Sanchinelli" o algo parecido. En los cines y teatros capitalinos el espectáculo se presentaba al momento del intermedio, entre películas vinculadas al rock´n´roll. Allí actuábamos a la par de un cuerpo de baile "a go go". Comenzaba la moda de los pantalones "campana" y después llovieron las minifaldas. Al poco tiempo nos enteramos que se formaban ya otros grupos de música juvenil y algunos incluso eran de corte tropical, así como cantantes solistas de ambos sexos.

   Sanchinelli empezó a incluir en sus espectáculos a otras agrupaciones de rock que iban formándose, y para atraer público usó aquello de los "mano a mano" entre los grupos musicales. Para mí era (y es) un ardid desagradable, casi indignante, pero ni modo, era su estrategia para comercializar el espectáculo. De aquella época recuerdo la participación de Los Reyes del Ritmo, Los Terrícolas, Los Ciclones, Los Black Cats, Los Jets, Los Holidays, Los Traviesos, Los Calipsonians de Belice, entre otros.

   Los Picapiedra actuamos en la televisora Canal 3, así como en varias radioemisoras capitalinas y especialmente en las tardes musicales de la Radio Progreso, del señor Andrino, ubicada en una segunda planta en la 6a. avenida, llegando a la 11 calle de la zona 1 de la capital guatemalteca. También actuábamos en fiestas particulares y en muchas kermeses de colegios capitalinos.

   En Los Picapiedra hubo algunos cambios en cuanto a músicos se refiere. Hugo Meza se retiró y en el bajo fue sustituido por Roberto "El Choco" Piedrasanta, quien ya utilizó un bajo eléctrico Egmond; Carlos Secaira, acordeonista, fue sustituido por el pianista Luis Contreras, alumno del Conservatorio Nacional; el baterista original, Edin Reyes, que se retiró, fue sustituido por Mario Palomo, un excelente baterista. Además se sumó por un tiempo "Lana", un sax alto quien también era estudiante del Conservatorio Nacional. Más adelante se contó con el sax tenor de José Víctor Alburez, "Cashul", quien también utilizaba el piano. 

   Una día, mientras cumplíamos un contrato en una kermesse del colegio Bethania, adonde dispusimos llevar únicamente un amplificador grande que una amiga nos había prestado, que permitía la conexión del bajo y de dos guitarras eléctricas que mi padre nos había hecho, llegaron a casa unos jóvenes preguntando por mi madre; le indicaron que yo les había pedido llevarme las guitarras, amplificadores y bocinas que habían quedado en casa porque las necesitábamos en la kermesse. Mi madre entregó todo ese equipo sorprendida en su buena fe. Y Los Picapiedra, por robo, nos quedamos sin la dotación de nuestros instrumentos principales.

   El grupo duró un tiempo más, hacia 1964, y finalmente quedó disuelto. Algunos de sus integrantes llegaron a formar parte de otros grupos, como el de Los Marauders en el caso de Mario Palomo. Tras aquellas experiencias en el rock´n´roll, decidí abandonar la guitarra eléctrica y estudiar seriamente la llamada guitarra clásica, sobre todo en el aspecto técnico, lo que me llevó a estudiar teóricamente la música, lo cual me permitió la lectura y composición de partitura. Sirva para la memoria.

12/4/21

¡Adiós mundo cruel!

Francisco Garzaro,
Guatemala


¡Adiós mundo cruel!


   Usted, definitivamente, está abatido.  Cabizbajo. Verdaderamente afectado por todo aquello.  Está, como se dice corrientemente, meditabundo.  Y también cree percibir algo sutil, algo lastimoso y feo que flota vaporosamente en aquel ambiente gris y que lo mantiene en situación anímica de abierto escozor y ambivalencia, porque resulta que estando francamente triste, también suben hasta su coronilla cálidas oleadas de indignación, y es entonces que empieza a sentirse molesto en aquel escenario.  Y no sabe qué diablos decir, ni qué hacer o qué, ante la visión de tanta concurrencia emperifollada y de tanto musitado y cordial "...¡mi más sentido pésame, chulita!", que aflora en aburrida repetición en aquellas transitorias y pretendidas tristezas faciales de cartón, y de no pocos y comedidos abrazos saturados de puro formulismo e interés.
Y no sabe tampoco cómo actuar –¡y vaya si lo sabe!– ante tanto visitante que llega presto con su lágrima en la nariz y que luego, tras arrellanarse plácidamente en cualquier sillón, charla inusitadamente animado.

   Así ocurren muchas veces las cosas en esta platea que es la vida.  Por eso usted mejor se mantiene callado, ensimismado, pensante y, sobre todo, rebeldemente hundido hasta su entraña en aquel elegante como mullido y enorme sofá de barata cuerina café, en uno de los discretos rincones de aquel rectángulo oloroso a flores y perfumes de la exclusiva y "sobria" "Capilla Imperial", en las peculiares e infortunadamente corrientes y "muy sentidas" honras fúnebres con que la familia doliente y sus "múltiples relaciones sociales" despiden de este alegre como ingrato y apetecido mundo, a quien en vida fuera el muy de a zompopo y de a sombrero, el muy simpático y retozón, el muy cantineador, elegante, "gamonal" y dinámico, tío Alberto.

   ¡Caramba!, pero..., ¿qué pasó?, ¡quién lo iba a pensar!  El tío Beto, el mero Tarzán de los Monos, el viejo chingüengüenchón, el "...¡déjenmelos a mí solito, muchá!", el "¡pa´luego es tarde!", el "¡voy´gundas, jovencitos!", "el Rambo chapín de las barras show" en carne y hueso y con todo y su aludo sombrero Borsalino ahora está muerto.  Bien muerto.  Tan muerto como el sastre de la esquina o como Napoleón.  Y no es cuestión de dudarlo porque ahí a través del cristal asoma su pálido rostro ya no más sonriente ni bromista y sin pizca de asombro ni aliento.  Parece mentira.  Jamás hubiera imaginado nadie que aquel "cuarentón" de cincuentipico, bien conservado y galante, pudiera estar a tan pocos pasos del otro potrero; tan inmediato, tan juntito ("...¡véngaseme p´acá juntito a su rrey miamorr!"...) a la "Capilla Imperial" aquella: ¡vaya sorpresa la que ha dado "Minino" muriéndosenos así!  ...Tan sonriente y optimista...

   Y el tío Alberto ha dejado mucho dinero: dos finconas de ganado y café; catorce casas diseminadas por toda la ciudad; dos "palomares" repletos de inquilinos, uno en La Palmita y otro en la populosa zona tres; una bonita y acreditada gasolinera en magnífico punto comercial y tres flamantes automóviles, sin contar entre ellos a aquel raudo auto deportivo rojo de convenientes cristales oscuros que tanto distinguió al tío Beto entre los ambientes nocturnos del país...

   ¡Ah!, y además, y sobre todo, también ha dejado el tío Alberto a su inconsolable y aún atractiva esposa, la siempre "chic", "la mejor vestida" de la página social, María Paula, cariñosamente llamada "Maripau", y a tres modernos y despreocupados "papi-paga" con aires de "¿qué pasa aquí?": Paolita, de dieciséis, colegiala rosa del tipo lánguido-pálido, larguirucha como su madre, de quien copió aquella lenta y estudiada manera de mover las manos coqueteando con un breve parpadear de ojos que son oscuros, de mirar ingenuo, inquisitivo y descortés; María Carla, de veinte, trigueña, engreída y bonita Guatemalan-York de nariz respingona y mirar esquivo y lateral: recién llega "de los estados" a enterrar a papá: mientras, ejercita imperturbable su mind control in a disaster apartada de pésames, mala vibra y cuchicheos, mediante su "técnica" de establecer paréntesis intelectuales de interés, para separarse así del "sujeto-determinado-causante-de-psicotensión": por eso lee ahí junto al féretro de su padre a Marcel Proust: parece tranquila, ausente y fríamente equilibrada; y Carlos Alberto, o como ya le llaman los amigos, "Minino Jr.", de 23 y repitiendo el año en la universidad: bueno para pagar y, más aun, para beber y para mostrar lo que posee y lo que puede...  Y bueno también para vestir como jamás el tío Beto con tanto trabajo pudo o soñó...  Y Carlos Alberto es alto y galán, y por ello y por muchas cosas más es un joven arrogante y ventajista: un "buen partido" en el jet-set local:
un apetecido platillo de no pocas ansiosas chicas casaderas que forman cola para abandonar aprisa el alegre club de la soltería de la alta clase media nacional.
   
   Y van y vienen las relucientes charolas con los cafecitos y los consomés y los bocadillos paseándose entre la concurrencia que crece: y aparecen como por arte de magia por los amplios pasillos atiborrados de amena tertulia toda suerte de extraños parientes de nuevo cuño. Y todo aquel ambiente caleidoscópico poblado de voces y ecos de chismografía: allí, contándose amoríos supuestos y riéndose a más no poder con las caras al revés entre las negras solapas luctuosas; y allí mirándose de reojo y apostándose a quién relata los mejores chistes negros o rojos. Y todo aquel concierto de anteojos oscuros de caprichosos aros con presunción de elegancia avergonzados de la tristeza o quizás de aquella lágrima que no brota, que no quiere asomarse ni caer. O quizás por el maquillaje o la pintura de ojos barrida por algún glorioso llanto franco y humano.

   Y por todas esas cosas tan molestas, y porque a fin de cuentas usted lleva el corazón arrugado por esta muerte sorpresiva que se ha llevado al tío Alberto, es que se mantiene allá en la "Capilla Imperial" derrumbado en aquel enorme y confortable sofá: el querido tío Alberto, el gran "Minino", aquella incomparable mina de billetes puedelotodo se fue.  Sanseacabó.  Lo llora hoy en medio de este ya casi folclórico mundillo funerario su triste y sollozante familia, ahora arrinconada en la sorpresa por mil pensamientos y presagios; y ni la guapa "Maripau" ni Paolita ni María Carla ni Carlos Alberto quieren percatarse de aquel irritante murmullo de amena platicona que les acompaña en la aciaga circunstancia de la vida que es la muerte.  Y usted, irremediablemente, aún permanece ahí observando, escuchando y sinceramente enmudecido por la pena y los recuerdos: y es entonces cuando alguien de a la par llama insistentemente a su atención propinándole dos o tres discretos aunque impertinentes codazos, para comentarle en baja voz:  "...Ah, qué d´ial pelo era aquél...¿verdá?... yo le trabajé usté...y, bueno, ...ahora la viuda..., la viuda no va´guantar solita porque está re... ¡ésa no dura!, ¿no cree? ...Mire, mejor vonós con los de afuera... ¡Ahí tienen los traguitos usté!"...

10/3/21

Don zanate

Francisco Garzaro,
Guatemala


Don zanate


   Quién diría que este vivaracho animalito, que los capitalinos vemos por todos lados en la ciudad de Guatemala, lleva, por bautizo científico, el sonoro y hasta distinguido nombre de "Quiscalus Macrurus".

   En efecto, ¿quién no lo ha visto, o, más bien dicho, quién no ha visto a doña zanate –pues en verdad se trata de una "ella" vestida de infaltable plumaje café–, la bullanguera pareja de don tenorio clarinero, volar en alegre bandada alrededor de todos aquellos viejos arbolones que sirven de cobijo a su numerosa familia en parques como el recordado "Concordia" –hoy Gómez Carrillo– o, inclusive, en aquella antigua "Avenida de los Árboles" que corre en plena zona uno extendiéndose a la zona seis?

   Ciertamente, y quizás hace tantos años que no podemos recordarlo, los zanates adoptaron al Hombre, decidiendo, con muchísima lisura, vivir con él libremente en las ciudades.  Y esto resulta tan cierto como que son raramente vistos en zonas despobladas.  Aquí mismo, como decíamos, cualquier curioso capitalino podrá darse cuenta del alegre y bullicioso recreo que arman por doquier estos simpáticos animalitos, especialmente temprano, al despertar, o al "irse a la cama" en las arboledas, cotidianamente, hacia las seis de la tarde.

   Y nadie se ha preguntado cómo estas aves logran sobrevivir en una ciudad saturada de venenosos gases liberados por los escapes de millares de automóviles y transportes de todo tipo.  Y más aún quedaríamos sorprendidos, al saber que esta especie en realidad parece preferir la vida civilizada de las ciudades, porque allá en el campo le es difícil encontrar los ricos residuos de comida humana que tanto ha aprendido a degustar.  Eso para no hablar de los fatídicos insecticidas contemporáneos que aniquilan a las orugas y a otros insectos constitutivos de su "dieta" básica u original; allá en el campo, esta especie tendría que avenirse –como de hecho lo hace "en el monte" el resto de la familia Macrurus– a una alimentación rutinaria, picoteando desabridos y raquíticos gusanillos que, de cualquier forma, también están por añadidura al alcance del pico en la ciudad para el alimento de la exigente prole.  En realidad las áreas citadinas ofrecen a estas aves muchísimas cosas más: jardines y monumentos para curiosear a los humanos cuando se divierten o cuando se ponen "marciales"; frescas fuentes o graciosas piletas residenciales donde chapotear alegremente gozando de un reconfortante secado de alas a pleno sol o, en su defecto, cantidad de deliciosos charcos refrescantes y suficientes tejados y azoteas donde aterrizar.  Y por aquello de la nostalgia, unos cuantos aletazos y la alegre zanatada vacaciona en cualquiera de los cercanos barrancos que circundan la ciudad capital...

   Y la principal "estrategia" de sobrevivencia de esta listísima avecilla es, precisamente, el pasar inadvertida para la mayoría de la especie humana con la que comparte la ciudad.  Pasando por "feo" o por "común" –¡vaya listura!– el zanate vive, ¡perdón!, doña zanate vive más o menos tranquila entre nosotros y nosotras con su elegantísimo y protector marido don clarinero, salvo, claro está, que este bullanguero lince con alas aviste algún travieso adolescente que, honda en mano, pretenda probar suerte con su puntería.

14/12/20

"...Buenos días, licenciado"

Francisco Garzaro,
Guatemala

"...Buenos días, licenciado"


   En la época moderna que nos ha tocado vivir, el trajín diario nos ha impuesto la dictadura de las especializaciones.  Es el constante devenir de la historia y, con ello, la compleja multidivisión del trabajo del hombre.  La ciencia, pues, se ha ramificado tanto, que hoy día puede representársele como un frondoso árbol del saber repleto de gruesas ramas, de las que a la vez crecen articuladas ramecillas de donde penden extraños frutos y brotan flores de todo color.  Y a la par de este desarrollo del conocimiento de la humanidad, del que por fortuna no estamos excluidos los guatemaltecos, en medio de nuestra idiosincrasia, de nuestro chapinismo, vemos y escuchamos, por aquí y por allá, el florecimiento de los más raros especímenes "licenciados" en mil artes y oficios, vaya usted a saber.

   Ser "algo" en la vida, pues, ha cobrado hoy día casi más importancia que una bien cuidada virginidad.  Y no es broma.  Luchar por una licenciatura a estas alturas alcanza niveles de lograrla a como dé lugar:  si usted es pobretón, aunque inteligente y trabajador y no posee el famoso y necesario cartoncito que atestigua su paso por alguna universidad, muy probablemente por estos lares no pasará, como expresa el dicho popular, "de zope a gavilán". De modo que en nuestra querida patria tenemos una vistosísima, pintoresca y creciente gama de gavilanes y gavilancillos, digna del más rico paisaje bucólico o pajarera que podamos imaginar.

   Y si por suerte, o por sus brillantes dotes de trabajador o trabajadora, o por el "muy sentido deceso" de una acaudalada tía usted se vio de la noche a la mañana superdotado de pisto y en consecuencia de una buena posición social, aún se encuentra en la incómoda situación de ser llamado simplemente "señor", porque ya el hecho de ser llamado Don Fulano, o Don Zutano –así con mayúscula–, sinónimo de donaire, emancipación económica o alcurnia enjundiosa, perdió a todas luces su significancia social.  Aunque pistudo, viejo o nuevo rico, usted, hoy día, en la época de las democracias, no pasará de ser el señor fulano de tal, o llamado a la usanza antigua "Don Filiberto", respetuosamente, con cierto aire de anacronía y forzada seriedad.  Así es como las circunstancias dan paso al estratégico –aunque poco cómodo– caso de ser llamado, o mejor aun, dejarse llamar, sin remitirse a prueba alguna, "licenciado" a secas, una especie de crédito social sin respaldo ninguno, en el grado de "económicus causa", una clase humanizada de cheque sin fondos.  Y es que ser llamado "licenciado" e imprimir el término antepuesto al nombre en la infaltable tarjetita, suele ser de importancia capital e impostergable en estos dorados tiempos en que no todo lo que brilla es oro.  Los años de la devaluación, las especialidades y la especulación.

   Y también están los licenciados de verdad y un poco de mentira:  aquéllos que sí cuelgan su cartón en el bufete o en la oficina para convencer a la clientela de los créditos académicos de quien aguarda a los incautos e incautas tras un típico mamotreto de escritorio, rodeado de cien mil papeles, mudo testimonio de trabajo acumulado o jamás concluido.  Trátase de aquéllos sujetos o tristes damas que huelen a hollín, a moho, que por fin lograron a fuerza de persistencia el título "a puro título", o de aquéllos o aquéllas que por arte de magia volvieron del extranjero ostentándolo por la señal de la santa listura y nada más...

   Porque ser licenciado es muy importante.  Si usted, por ejemplo, ya obtuvo el correspondiente permiso para conducir su cuidado pichirilo, ya puede, si tiene valor, hacerse llamar "licenciado", porque a fin de cuentas el verbo transitivo "licenciar" significa, entre otras cosas, dar licencia, y este último término en su primerísima acepción, según el diccionario, quiere decir "Autorización", venia o permiso para hacer algo".  Así que no hay problema, si usted conduce legalmente su automóvil, esto es, debidamente autorizado para ello, ya puede decirse "licenciado".  Lo mismo ocurrirá con las mil y tantas autorizaciones que para vivir, sobrevivir, civilizadamente, son emitidas a diestra y siniestra por las autoridades competentes.  Así hoy día las licencias, y con ello las "licenciaturas", abundan y visten nombres por doquier.  Caso parecido ocurre con la proliferación de "ingenieros" y no es raro encontrarnos, de vez en cuando, con sujetos que, al presentársenos, de entrada, recalcan su nombre anteponiéndole el aderezo de "licenciado" o "ingeniero", a manera de aviso, como si tal condición formase parte adicionable a la partida de nacimiento o al nombre "de pila".

   Menos mal que aún el país puede contar con decenas de confiables y prestigiosos profesionales que, ostentando merecidamente diversas licenciaturas, doctorados, maestrías, profesorados y diversos grados técnicos, hacen que el desarrollo, la salud y las relaciones sociales de los guatemaltecos marchen viento en popa, pese a tantas vicisitudes.  Medio en serio, medio en broma, a quien le venga el guante, como se dice: ¡Que se lo plante!

1/10/20

Juanito

Francisco Garzaro, 
Guatemala


JUANITO

Aunque Juanito Golondrina era el patojo más bueno del barrio, aquel día radiante conoció el

dolor más raro del mundo.  Alguien lastimaba desde adentro sus entrañas candorosas;  alguien

desde el anonimato del sentimiento salpicaba calladamente de culpa el ensueño y sobre todo

alcanzaba sus amados cuentos infantiles repletos de alegres animales y coloridos bosques

encantados;  y aquella triste sonrisa, tan distinta de la suya y que llevaba encajada e inédita

en el rostro -que sólo sabía de besos maternales- era más bien la primera mueca de asombro

que su alma transparente y noble intentaba como voz de alarma.

Allá en la sombra fresca de la arboleda está Juanito a solas con su fusil de viento.  Un niño y

su encuentro a solas con el asombro. Con el desconocido mundo.

25/7/20

El señor...

Por Francisco Garzaro,
Guatemala



EL SEÑOR QUISCALUS MACRURUS NO ES UN PERIODISTA INGLÉS


   Tampoco podríamos afirmar que el señor Macrurus llegó a estas pintorescas y tropicales tierras centroamericanas a la usanza de aquellos viejos flemáticos colonos británicos enfundado en bien planchado traje blanco y pipa y peculiar sombrerillo de palma.

   Tampoco es cierto que este extraño tipo Macrurus vistiera alguna vez pantaloncitos cortos a la cómoda y ventilada manera de Lord Baden-Powell of Gilwell y sus puntuales paisanos.

   Tampoco Macrurus se ha ocupado jamás de la política ni estuvo nunca afiliado a partido alguno y ni siquiera compra diarios ni pierde su valioso tiempo viendo la televisión.

   Y tampoco –¡por favor!– podríase endilgar a este personaje de tan alcurnioso apellido Macrurus el sambenito de hippie panajacheleño, ya que Quiscalus ni es ojiazulado ni lleva greñas ni mochila ni sueño.

   Quiscalus Macrurus tampoco pertenece al honorable Cuerpo Diplomático acreditado en Guatemala y, por supuesto, no vino al país como miembro del pintoresco "Cuerpo de Paz" norteamericano. Tampoco Macrurus trabaja para ninguna universidad estadounidense ni alemana ni holandesa ni canadiense ni escandinava ni oenegé alguna, que estuviera interesada en continuar estudiándonos a todos nosotros los especímenes faunoparlopensantes que entre tantos agrios dimes y diretes habitamos estas coloridas regiones de trópico, de pena e impunidad.

   Y Quiscalus Macrurus no ha tenido que ver con la Perestroika ni con los Versos Satánicos ni con los Bomberos Municipales ni tampoco con los extraños destellos luminosos voladores que ha algunos años atrajeron turistas nacionales noche a noche a las cercanías del tranquilo Sanarate y, aunque conoció a Luis Domingo Valladares, jamás nunca cruzó palabra con él ni con el expresidente Cerezo ni con el vocero del Insivumeh; jamás ha estado cerca ni ha conversado con Santa Clós ni lo hizo con el gordo Sanchinelli ni menos aun habría participado jamás en las actividades culturales del recordado viejillo don Tasso Hadjidodou –"Taso how do you do"– con quien por supuesto Macrurus no tiene, ni tuvo, ningún parentesco en lo absoluto.

No. Definitivamente no. Macrurus no tiene que ver ni con los presidentes ni con los coroneles ni con los maestros de artes ni con los pintores de brocha gorda. En una palabra, Quiscalus no requiere de tecomates para nadar. Ni sabe de cine ni de cálidos licores ni de preciar antigüedades. Es tan sencillo este Macrurus como la sonrisa del inocente o como treparse cantando a un autobús o como ponerse la camisa o como saludar a un cura en la mañana.

   Porque Quiscalus Macrurus no es un periodista inglés. De ello está lejana cualquier sospecha. Quiscalus ni tan siquiera es inglés. No lleva país ni pasaporte este Macrurus. Quiscalus es poeta. Quiscalus el poeta urbano de los aires y de los remolinos. Macrurus poeta alegre de los parques y de las alamedas. Quiscalus de los altos pinos y de los cipreses y de todas las arboledas y de los caminos.

   Quiscalus papalote piruetero de las alambradas y de los tejados y de los potreros y de los llanos largos.

   Todos y todas conocemos al señor Quiscalus Macrurus quien obviamente no es un periodista inglés. Quiscalus Macrurus sin papeles ni fronteras. Quiscalus Macrurus populorum por todas partes. Quiscalus desde nuestra niñez. Macrurus desde nuestras barranqueadas. Quiscalus hagamos un pulso. Macrurus desde nuestras correrías honda-de-hule-canche en mano para matar al clarín de los atardeceres.

   Todos y todas conocemos a este señor Quiscalus Macrurus tacuche café cuando va de ella, negro-azulado cuando va de él. Macrurus incansable fraile volador de las barriadas bullangueras y de las palanganas. Quiscalus chucho juguetón de los aires. Sobreviviente Quiscalus de los criminales gases urbanos y de los insecticidas y la deforestación. Cantata heroica Macrurus cotidiano. Quiscalus libre nunca mascota.

   (O quizás reconozcamos más fácilmente a este señor, a esta señora Quiscalus Macrurus por su nombre popular, cotidiano. Simplemente, con cariño, con sencillez: ¡don Zanate! Nada más).





Nota:
En otras regiones de América las variedades Quiscalus tienen diversos nombres: Quiscalus mexicanus, Quiscalus lugubris, Quiscalus major, Quiscalus nicaraguensis, Quiscalus niger, Quiscalus palustris, Quiscalus quiscula, entre otros.

10/1/20

Adiós poeta...

Francisco Garzaro,
Dirección de Mesa de Poesía



ADIOS POETA MIGUEL CRISPIN SOTOMAYOR 


  
Desde el 21 de mayo del 2018 se perdió la comunicación con el poeta cubano y colaborador de Mesa de Poesía. Se asumió que Miguel estaría ocupado en sus labores, o de viaje quizás. Durante 2019 le dirigimos varios mensajes y el poeta no respondió. Recientemente, en ocasión de las fiestas de fin de año, le enviamos nuestro abrazo y mejores augurios para 2020: ninguna respuesta. Nuestras comunicaciones se realizaron, invariablemente, a petición del poeta, a la dirección electrónica de su esposa Miriam. Desde ese correo enviaba sus poemas. Pero el silencio perduró. Así que, ante la ausencia tan prolongada, escribí al también poeta cubano y colaborador de Mesa de Poesía, Jesús García Clavijo, comentándole el asunto.

Recientemente, el pasado 8 de enero, García Clavijo nos ha dado la triste noticia. Miguel Crispín Sotomayor falleció. De acuerdo a una información que Mesa de Poesía ha recabado en internet, Miguel Crispín Sotomayor habría fallecido el 24 de junio de 2018. En nombre propio y de Mesa de Poesía, hago llegar a Miriam su esposa, y a su hija, nuestro pesar por tan irreparable pérdida, pesar que hago extensivo a toda la familia del poeta y a las letras cubanas.

Mesa de Poesía extrañará mucho al poeta fraternal Miguel Crispín Sotomayor. La tristeza nos envuelve. Contándose con algunos poemas suyos que en vida tuvo la amabilidad de enviarnos, y que todavía no hemos publicado, éstos se irán publicando en su homenaje.

Adiós, Miguel.

23/9/19

Perro...

Por Víctor Muñoz,
Guatemala


Perro expiatorio



        El mismo día que nos pasamos a vivir aquí a mi hija la mordió el perro de los vecinos.  No fue mucho, apenas un rasguño, pero…  

Esa misma noche vinieron los vecinos a ofrecernos sus disculpas, a explicarnos que el perro estaba vacunado contra la rabia, que nunca lo soltaban pero qué mala suerte hoy.  También nos dijeron que se ponían a nuestras órdenes por cualquier cosa que se nos ofreciera.

En cuanto se fueron me puse a planificar lo de la verja. Decidí que mañana mismo le voy a ordenar a Toño que la comience.  Tiene que ser de por lo menos dos metros de alto para que no se mire nada para adentro.   En la esquina quiero que me le construya una torreta.  También quiero que me ponga unas pilastritas para que nadie vaya a estar encaramando su carro en mi pedazo de banqueta.  A Miguel le voy a ordenar que venga a ver lo del jardín.  Quiero que me le cambie de lugar a los dos árboles de eucalipto y que el naranjal lo pase para atrás.  También quiero que me le den vuelta a la casa para que el sol de la tarde no moleste.  Después voy a ir a hablar con Genaro para que me mande unos tres muchachos de los más duros para que me hagan ronda por lo menos dos o tres meses y para que a cada tres o cuatro días hagan unos disparos al aire.  Todo tiene que quedar arreglado esta misma semana.

Y una vez que lo tuve todo planificado y decidido me dormí.  En la madrugada me levanté, agarré la pistola y me fui a matar al perro porque a mis hijos nadie me los toca y quiero que vayan sabiendo cómo es la cosa conmigo.


Cabrones.




Víctor Muñoz es un novelista, cuentista y poeta guatemalteco al que le fue otorgado en el año 2013 el Premio Nacional de Literatura.  Algunos títulos de su obra: Collado ante las irreparables ofensas de la vida; La noche del 9 de febrero; Posdata: ya no regreso; Sara sonríe de último; Instructivo breve para matar al perro: y otros relatos sobre la atribulada vida de Bernardo Santos; Principios y ejercicios democráticos para desalojar a los gatos; Cuatro relatos de terror y otras historias fieles; Las amistades inconvenientes; La reina ingrata: cuentos; Cuentos: antología