UNO DE NOVIEMBRE
Hace poco más de un año que Gabriela y Byron viven juntos, ella es madre soltera y su hijo tiene cinco años. Después de un corto y romántico noviazgo decidieron unirse. Como Byron no ha legalizado su estadía en Guatemala, continuó trabajando en un taxi rentado…—Ya que querés hacer lo que hacemos acá este día, alistate y vamos al cementerio a ver a mis familiares y luego, si nos alcanza podemos pasar comprando un plato grande de fiambre en “El Rosario”. Todos los años hacen para vender.
—En los casi tres años que tengo de estar en Guatemala no lo he hecho. Como he visto que este día es tan movido, he aprovechado para ganar un poco más, pero hoy decidí no volver a trabajarlo nunca y pasar contigo y con Aldo siempre…o hasta que me eches.
Se rieron. Ya estaba lavándose los dientes cuando oyó que ella le dijo que entonces pasarían juntos todos los uno de noviembre de su vida porque… —nunca te voy a echar, rizado.
Ayudada por Byron adornó con mucho esmero y casi primor las tumbas de sus padres que se encontraban juntas. Aldo también participaba gustoso en todas las tareas. Era un bonito camposanto en los suburbios de la zona 5. Tal como lo había dicho Gabriela, hicieron cuentas y vieron que les alcanzaba holgadamente para dos platos medianos de fiambre y todavía pudieron comprar torrejas para postre.
Byron que nunca había probado dicho platillo se encantó. Estaba pensando levantarse para ir rápido a comprar más, cuando apareció Gabriela con tres humeantes tazas de café para acompañar las torrejas. Al verla desistió. Aldo dijo que estaba cansado. La madre lo llevó a recostarse, encendió el televisor y cerró la puerta.
Mi amor -dijo Byron- estamos después de mediodía, pero esta mañana de hoy al lado de ustedes ha estado realmente deliciosa. Me alegro de no haber trabajado, pero hay algo que tengo que contarte porque como te dije, esta madrugada decidí quedarme para siempre en Guatemala y contigo; No seguiré camino a Estados Unidos y si alguna vez vuelvo a Colombia será para visitar a mis familiares que aún viven y tú me acompañarás. Quiero hacer aquí contigo mi hogar y mi familia. Gabriela se quedó un tanto asombrada a pesar que sabía que se querían bastante; no esperaba aquella declaración precisamente esa mañana. No contestó nada, se levantó y lo besó dulcemente en la boca, derramaba dos silenciosas lágrimas cuando lo hizo. Si mi cielo quédate…
Byron la abrazó, la sentó en sus piernas y así abrazados empezó a relatar: ¿recuerdas que hace un año estuve algo enfermo? Me dio fiebre, no podía dormir, me descuidé y dejé de trabajar unos cuantos días. Me cuidaste con tanto amor a pesar que no teníamos mucho tiempo juntos, me apoyaste y tu ternura fue la medicina clave para componerme.
…Ese día venía a casa después del trabajo, Todavía no conocía bien la ciudad, cuando en una de las calles aledañas al cementerio, —ahora sé que allí queda el cementerio—; vi un muchacho que estaba bajo la luz del poste, estaba descalzo y tenía un zapato en la mano. Me hizo señas, di la vuelta pensando en unos billetes más. Cuando lo vi bien, era alto, delgado y tenía la cara con raspones muy fuertes, estaba llorando, me pidió que lo llevara a su casa, dijo que al llegar me pagaría y que había tenido un accidente. Me contó que andaba con amigos divirtiéndose, pero que cuando se sintió algo mareado por el alcohol se despidió y camino a encontrar un taxi lo habían atropellado. Entre llanto me dijo que lo que más sentía era que ese día estaba estrenando esos tenis. Había perdido uno y su papá lo iba a regañar fuerte no solo por el accidente, sino por lo caro del calzado.
Llegamos a su casa, yo guiado por él, en una colonia de la zona 7; tomó el zapato que había colocado sobre la alfombra del carro y se encaminó a traer el pago por el servicio. Pasado un tiempo prudencial salí del auto y toqué en la casa que lo vi entrar. El hombre que salió me preguntó que deseaba. Le expliqué. El señor me miró con gesto de desaprobación y me preguntó si era una broma. — No señor, es la verdad.
Se mostró indignado y dijo: algún borracho desgraciado se inventó esta broma, si de veras hubieran sido amigos de mi hijo sentirían respeto por la memoria de él y por mí, ¡desgraciados! Cuando vi que iba a cerrar le pregunté qué pasaba y relató que efectivamente ahí donde yo había recogido a mi pasajero, hacía unos meses un automóvil había atropellado mortalmente a su hijo.
—Usted ha sido víctima de un bromista de mala entraña.
Recordé lo del zapato y lo corroboró. El señor me dijo algo de canas y respeto que ya no escuché; cómo pude, intrigado, me vine a casa, sin embargo, incrédulo como soy y porque me quedaba en el camino, volví a pasar por el cementerio, ¡allí estaba otra vez el muchacho con un zapato en la mano haciendo señas a los autos! Me vio a los ojos y su gesto de sufrimiento se intensificó. La piel se me erizó, sentí pánico y quise gritar, pero más bien aceleré para venir pronto contigo. Apenas comí, ¿recuerdas? Lo demás tú lo sabes. Sabes también que no soy supersticioso y no creo más que en los fríjoles que me como, pero enfermé por la impresión; la ternura con que me entendiste y me cuidaste me abrieron los ojos y el corazón. Viviré contigo de aquí en adelante mientras tú me ames.
—Amor, a mí también se me erizó la piel. Y así eriza volvió a besarlo.