12/4/21

¡Adiós mundo cruel!

Francisco Garzaro,
Guatemala


¡Adiós mundo cruel!


   Usted, definitivamente, está abatido.  Cabizbajo. Verdaderamente afectado por todo aquello.  Está, como se dice corrientemente, meditabundo.  Y también cree percibir algo sutil, algo lastimoso y feo que flota vaporosamente en aquel ambiente gris y que lo mantiene en situación anímica de abierto escozor y ambivalencia, porque resulta que estando francamente triste, también suben hasta su coronilla cálidas oleadas de indignación, y es entonces que empieza a sentirse molesto en aquel escenario.  Y no sabe qué diablos decir, ni qué hacer o qué, ante la visión de tanta concurrencia emperifollada y de tanto musitado y cordial "...¡mi más sentido pésame, chulita!", que aflora en aburrida repetición en aquellas transitorias y pretendidas tristezas faciales de cartón, y de no pocos y comedidos abrazos saturados de puro formulismo e interés.
Y no sabe tampoco cómo actuar –¡y vaya si lo sabe!– ante tanto visitante que llega presto con su lágrima en la nariz y que luego, tras arrellanarse plácidamente en cualquier sillón, charla inusitadamente animado.

   Así ocurren muchas veces las cosas en esta platea que es la vida.  Por eso usted mejor se mantiene callado, ensimismado, pensante y, sobre todo, rebeldemente hundido hasta su entraña en aquel elegante como mullido y enorme sofá de barata cuerina café, en uno de los discretos rincones de aquel rectángulo oloroso a flores y perfumes de la exclusiva y "sobria" "Capilla Imperial", en las peculiares e infortunadamente corrientes y "muy sentidas" honras fúnebres con que la familia doliente y sus "múltiples relaciones sociales" despiden de este alegre como ingrato y apetecido mundo, a quien en vida fuera el muy de a zompopo y de a sombrero, el muy simpático y retozón, el muy cantineador, elegante, "gamonal" y dinámico, tío Alberto.

   ¡Caramba!, pero..., ¿qué pasó?, ¡quién lo iba a pensar!  El tío Beto, el mero Tarzán de los Monos, el viejo chingüengüenchón, el "...¡déjenmelos a mí solito, muchá!", el "¡pa´luego es tarde!", el "¡voy´gundas, jovencitos!", "el Rambo chapín de las barras show" en carne y hueso y con todo y su aludo sombrero Borsalino ahora está muerto.  Bien muerto.  Tan muerto como el sastre de la esquina o como Napoleón.  Y no es cuestión de dudarlo porque ahí a través del cristal asoma su pálido rostro ya no más sonriente ni bromista y sin pizca de asombro ni aliento.  Parece mentira.  Jamás hubiera imaginado nadie que aquel "cuarentón" de cincuentipico, bien conservado y galante, pudiera estar a tan pocos pasos del otro potrero; tan inmediato, tan juntito ("...¡véngaseme p´acá juntito a su rrey miamorr!"...) a la "Capilla Imperial" aquella: ¡vaya sorpresa la que ha dado "Minino" muriéndosenos así!  ...Tan sonriente y optimista...

   Y el tío Alberto ha dejado mucho dinero: dos finconas de ganado y café; catorce casas diseminadas por toda la ciudad; dos "palomares" repletos de inquilinos, uno en La Palmita y otro en la populosa zona tres; una bonita y acreditada gasolinera en magnífico punto comercial y tres flamantes automóviles, sin contar entre ellos a aquel raudo auto deportivo rojo de convenientes cristales oscuros que tanto distinguió al tío Beto entre los ambientes nocturnos del país...

   ¡Ah!, y además, y sobre todo, también ha dejado el tío Alberto a su inconsolable y aún atractiva esposa, la siempre "chic", "la mejor vestida" de la página social, María Paula, cariñosamente llamada "Maripau", y a tres modernos y despreocupados "papi-paga" con aires de "¿qué pasa aquí?": Paolita, de dieciséis, colegiala rosa del tipo lánguido-pálido, larguirucha como su madre, de quien copió aquella lenta y estudiada manera de mover las manos coqueteando con un breve parpadear de ojos que son oscuros, de mirar ingenuo, inquisitivo y descortés; María Carla, de veinte, trigueña, engreída y bonita Guatemalan-York de nariz respingona y mirar esquivo y lateral: recién llega "de los estados" a enterrar a papá: mientras, ejercita imperturbable su mind control in a disaster apartada de pésames, mala vibra y cuchicheos, mediante su "técnica" de establecer paréntesis intelectuales de interés, para separarse así del "sujeto-determinado-causante-de-psicotensión": por eso lee ahí junto al féretro de su padre a Marcel Proust: parece tranquila, ausente y fríamente equilibrada; y Carlos Alberto, o como ya le llaman los amigos, "Minino Jr.", de 23 y repitiendo el año en la universidad: bueno para pagar y, más aun, para beber y para mostrar lo que posee y lo que puede...  Y bueno también para vestir como jamás el tío Beto con tanto trabajo pudo o soñó...  Y Carlos Alberto es alto y galán, y por ello y por muchas cosas más es un joven arrogante y ventajista: un "buen partido" en el jet-set local:
un apetecido platillo de no pocas ansiosas chicas casaderas que forman cola para abandonar aprisa el alegre club de la soltería de la alta clase media nacional.
   
   Y van y vienen las relucientes charolas con los cafecitos y los consomés y los bocadillos paseándose entre la concurrencia que crece: y aparecen como por arte de magia por los amplios pasillos atiborrados de amena tertulia toda suerte de extraños parientes de nuevo cuño. Y todo aquel ambiente caleidoscópico poblado de voces y ecos de chismografía: allí, contándose amoríos supuestos y riéndose a más no poder con las caras al revés entre las negras solapas luctuosas; y allí mirándose de reojo y apostándose a quién relata los mejores chistes negros o rojos. Y todo aquel concierto de anteojos oscuros de caprichosos aros con presunción de elegancia avergonzados de la tristeza o quizás de aquella lágrima que no brota, que no quiere asomarse ni caer. O quizás por el maquillaje o la pintura de ojos barrida por algún glorioso llanto franco y humano.

   Y por todas esas cosas tan molestas, y porque a fin de cuentas usted lleva el corazón arrugado por esta muerte sorpresiva que se ha llevado al tío Alberto, es que se mantiene allá en la "Capilla Imperial" derrumbado en aquel enorme y confortable sofá: el querido tío Alberto, el gran "Minino", aquella incomparable mina de billetes puedelotodo se fue.  Sanseacabó.  Lo llora hoy en medio de este ya casi folclórico mundillo funerario su triste y sollozante familia, ahora arrinconada en la sorpresa por mil pensamientos y presagios; y ni la guapa "Maripau" ni Paolita ni María Carla ni Carlos Alberto quieren percatarse de aquel irritante murmullo de amena platicona que les acompaña en la aciaga circunstancia de la vida que es la muerte.  Y usted, irremediablemente, aún permanece ahí observando, escuchando y sinceramente enmudecido por la pena y los recuerdos: y es entonces cuando alguien de a la par llama insistentemente a su atención propinándole dos o tres discretos aunque impertinentes codazos, para comentarle en baja voz:  "...Ah, qué d´ial pelo era aquél...¿verdá?... yo le trabajé usté...y, bueno, ...ahora la viuda..., la viuda no va´guantar solita porque está re... ¡ésa no dura!, ¿no cree? ...Mire, mejor vonós con los de afuera... ¡Ahí tienen los traguitos usté!"...