5/3/24

Soy poeta...

Javier Payeras,
Guatemala


SOY POETA... CARAJO



   Algo queda vacante cuando se va la inocencia, ¿inocencia o ingenuidad?, puede que la confusión entre ambas palabras -ambiguas al fin- sea el paso que nos obliga a escribir desde muy temprano. Se abre la claridad y hay un montón de colillas de cigarro revueltas con fideos en una caja de comida china, anotamos el desastre y nos sentimos lejos del mundo… sedientos de estar solos. La inocencia se pierde entonces cuando reclamamos esa soledad que en la madurez se acentúa con más claridad: pocos amigos, horarios rígidos y prioridades de vida. 

   A veces caminamos buscando muelles y nos damos cuenta que nuestra ciudad no tiene vista hacia el océano, apenas un cielo rayado de cables que van directo a postes parecidos a crucifijos, por las noches el cielo desaparece ante los letreros inmensos de los McDonald´s y uno se queda entonces paralizado tratando de comprender que todo futuro va directo a la nostalgia y que los días son más líquido que tierra firme.

   Acaso lo que nos va sumando la experiencia es precisamente la imagen anticipada de un final. Un final que no es como pensamos: un cielo martillado mientras las luces van apagándose como en una película de Antonioni… Realmente los finales que vivimos tantas veces en la vida son situaciones más humildes: vivir de la escritura (esperando ganar para vivir de ello) o el día que nos retiramos para siempre de los bares o las muchas despedidas que lleva encima la palabra “escritor”. La poesía enciende los cirios de aquellas habitaciones donde nos cortaron la luz, queda pues enunciar y definir el carácter… soy poeta, carajo.

13/10/23

Manifiesto...

Javier Payeras,
Guatemala



 MANIFIESTO DE LA POESÍA OBSOLETA


   Regresa por la noche y se pone a escribir sin detenerse, palidece su ánimo cuando la interrumpe el ruido más leve y puede redactar cien hojas en medio del ruido más ensordecedor, se duerme en los aeropuertos y la dejan varada los autobuses, nunca descansa y a veces se levanta de mañana hecha una ruina, es la loca de la casa, la que no pelea con sus parientes por una propiedad en herencia ni por dinero; consigue enamorar, pero aleja con su tristeza a sus posibles amantes, no finge, porque sólo nos muestra su reflejo; no cultiva con cuidado los contactos y la sociedad quiere herirla en su parte más baja, esto es, en el lado izquierdo del tórax; la traiciona la mediocridad y el subdesarrollo, es del color de las hojas viejas que se descomponen en todos los tiempos, vuelve a su escritorio rancio y se apila junto a las estrellas que a esa hora de la noche se descuelgan sobre el café, es el corte exacto que le falta a la pared, es la cadena ruidosa de la bicicleta del niño, es el punto y la coma, la sed y la rabia, la hélice de una flor y una lechuza en celo, luego se va a dormir y a rodajear tomates en el sueño, percibe un sueldo menos que necesario, huye de la caspa atómica que dejan los políticos, dibuja distraída mientras pinta para convencerse que no es pintora, es poesía con todo ese ruido en los dientes y orejas que captan la radio, se hace prófuga y esgrime algún folleto fundamentalista, cree que la religión, la cábala u otra locura la salvará del dolor más profundo (y se equivoca, por supuesto), habla sin parar de sus cosas, cosas sin importancia: un vaso de lápices, una lámpara... agiganta los miedos que de niña la detenían en el sofá y nombra una mitología extraña de cosas en movimiento y se lanza a la muerte con sus amuletos; disfraza su delgada figura con un traje hecho de tormentas y cree que algún día el dinero vendrá flotando del mar, las costras se caen de su cara y por lo regular su rostro permanece vertical como una fila de ángeles; amenaza a los diarios con publicar sus dudas y se ríe estruendosamente cuando los mojigatos la llaman cínica; es sonámbula cuando entra en contacto con la voz de su abuela, atropella sin querer a gente torpe que sólo sirve para ver debajo de los paraguas; se da al olvido como una rutina muy cómica y estira sus bolsillos con lluvia cuando debe compartir lo que no tiene; se pregunta, ¿existirá el mañana?, tiene hermanos torpes que a su lado sólo han podido echarse a reír; escucha la música como quien atiende algo responsable, pletórico de colores y vital para llegar al cielo; abre su corazón con un abrelatas y se cree la única responsable del fin del mundo; vive en la casa de otros o viaja durante años sólo para consolar a un amigo...


   La Poesía Obsoleta vuelve y se va. Y el mundo sigue igual. Igual con o sin ella. Igual con sus peces de colores. Con sus cigarrillos. Con sus limosnas y con sus limosneros. Igual con su ahogo de siglos tropezándose en la página.


4/10/21

Los Picapiedra

Francisco Garzaro,
Guatemala

Los Picapiedra


   Finalizando los años cincuenta e iniciándose la época de los sesenta del siglo pasado, cuando la televisión aún no se imponía al público en esta pequeña república centroamericana llamada Guatemala, la radio mantenía su hegemonía como medio de comunicación masivo. Era yo un adolescente radioescucha. Una oleada de música norteamericana hacía su aparición con el nuevo ritmo que se imponía entre los adolescentes. El rock´n´roll. Y lo hacía con fuerza resonando diariamente en algunas radios e imponiéndose a la música ranchera mexicana. Así recuerdo la radio 9.80, la 1210. En éstas escuché por primera vez a Bill Haley y sus Cometas, a Elvis Presley, Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis, Fats Domino y otros menos "rockeros" como Pat Boone o Paul Anka, Harry Belafonte...

   Los jóvenes de clase media urbana guatemalteca éramos los nacientes rocanroleros. Conforme crecía esta oleada en Guatemala, pronto llegó al país la versión del rock´n´roll en español con grupos mexicanos como Los LLopis, Teen Tops, Hooligans, Locos del Ritmo, Johnny Laboriel y los Rebeldes del Rock, y cantantes como Enrique Guzmán, César Costa, Alberto Vásquez, Manolo Muñoz, Angélica María, Julissa, entre otros más.

   Y yo no sería la excepción entre los aficionados al rock´n´roll. Mi padre, Oscar Garzaro, de familia italiana inmigrante, era un cantante de tangos en las radios locales y, además, un fino artesano de la madera. Veía en mí, supongo, un proyecto musical, pues pronto tras cumplir mis 15 años me obsequió una guitarra Egmond holandesa y empezó a mostrarme en la guitarra las posiciones elementales de los acordes. Él veía en mí a un posible joven acompañante guitarrista para sus tangos, pero yo solo tenía oídos para el rock´n´roll.

   Más luego que tarde empecé a tocar "de oído" las piezas que escuchaba en la radio. Estudiaba la Secundaria en el colegio "La Juventud". Allí, mi compañero de clase, Edin Reyes, estaba, igual que yo, entusiasmado con el rock´n´roll. Él era seguidor de bateristas como Gene Krupa, Joe Morello y del "bataquero" del grupo The Ventures, y, por supuesto su instrumento en mente era la batería. De hecho utilizaba sus dedos índices para redoblar sobre la tapa del escritorio en el salón de clases. Pronto surgieron otros muchachos que se nos sumaron en el entusiasmo. Eran jóvenes de mi vecindario en la colonia Las Victorias y la 10 de Mayo, ambas en la zona 1 de la capital guatemalteca: Carlos Secaira, acordeón, Hugo Meza, guitarra, que utilizaría poniéndole cuatro cuerdas gruesas, como bajo, y Armando Ponciano, guitarra.

   Así se originó el grupo Los Picapiedra, al final de 1961 o inicios de 1962. Este nombre se escogió entre un listado que elaboramos a pura chanza. Curiosamente no se escogió por alusión a la famosa serie de televisión The Flinstones, sino que bromeábamos entre nosotros en sentido de que, por "asesinar" a la música, podríamos hacernos merecedores de ir a prisión y que ahí, entonces, presos, probablemente nos enviarían a picar piedra para hacer caminos como hacían, según se repite, con los presidiarios durante el régimen del dictador Jorge Ubico. De tal idea, "los picapedreros".

   En Los Picapiedra toqué la primera guitarra e hice de cantante; Armando Ponciano la segunda guitarra (rítmica), y Hugo Meza convirtió una guitarra en bajo cambiándole las seis cuerdas por cuatro de las que usan los guitarrones mexicanos. Estas guitarras y el "bajo" fueron transformados en instrumentos eléctricos por mi padre, adaptándoseles micrófonos japoneses Teisco. En amplificación utilizamos amplificadores Pacemaker. Y mi padre donó a Los Picapiedra una preciosa batería Ludwig que fue estrenada por Edin Reyes, nuestro baterista original.

   Ensayábamos en mi vivienda y nuestro primer público fue la gente del vecindario. El grupo fue consolidándose y el repertorio de piezas creció. Hubo composiciones propias y otras que copiábamos de nuestros grupos extranjeros favoritos. Tocábamos no pocas piezas instrumentales de The Ventures y del Bill´Black Combo.  

   Quien nos dio a conocer fue Danilo Sanchinelli. Él organizaba eventos artísticos en las salas de cine, y en el Gimnasio Nacional Olímpico actuamos junto al cantante mexicano Enrique Guzmán. Danilo se presentó a uno de nuestros ensayos y nos contrató. Con él actuamos en cines, teatros y otros locales de la capital, y algunas veces fuimos al interior del país. En la capital actuábamos como parte de su show llamado "Danilo Sanchinelli y sus Estrellas", y cuando íbamos a los departamentos se llamaba la "Caravana Artística de Danilo Sanchinelli" o algo parecido. En los cines y teatros capitalinos el espectáculo se presentaba al momento del intermedio, entre películas vinculadas al rock´n´roll. Allí actuábamos a la par de un cuerpo de baile "a go go". Comenzaba la moda de los pantalones "campana" y después llovieron las minifaldas. Al poco tiempo nos enteramos que se formaban ya otros grupos de música juvenil y algunos incluso eran de corte tropical, así como cantantes solistas de ambos sexos.

   Sanchinelli empezó a incluir en sus espectáculos a otras agrupaciones de rock que iban formándose, y para atraer público usó aquello de los "mano a mano" entre los grupos musicales. Para mí era (y es) un ardid desagradable, casi indignante, pero ni modo, era su estrategia para comercializar el espectáculo. De aquella época recuerdo la participación de Los Reyes del Ritmo, Los Terrícolas, Los Ciclones, Los Black Cats, Los Jets, Los Holidays, Los Traviesos, Los Calipsonians de Belice, entre otros.

   Los Picapiedra actuamos en la televisora Canal 3, así como en varias radioemisoras capitalinas y especialmente en las tardes musicales de la Radio Progreso, del señor Andrino, ubicada en una segunda planta en la 6a. avenida, llegando a la 11 calle de la zona 1 de la capital guatemalteca. También actuábamos en fiestas particulares y en muchas kermeses de colegios capitalinos.

   En Los Picapiedra hubo algunos cambios en cuanto a músicos se refiere. Hugo Meza se retiró y en el bajo fue sustituido por Roberto "El Choco" Piedrasanta, quien ya utilizó un bajo eléctrico Egmond; Carlos Secaira, acordeonista, fue sustituido por el pianista Luis Contreras, alumno del Conservatorio Nacional; el baterista original, Edin Reyes, que se retiró, fue sustituido por Mario Palomo, un excelente baterista. Además se sumó por un tiempo "Lana", un sax alto quien también era estudiante del Conservatorio Nacional. Más adelante se contó con el sax tenor de José Víctor Alburez, "Cashul", quien también utilizaba el piano. 

   Una día, mientras cumplíamos un contrato en una kermesse del colegio Bethania, adonde dispusimos llevar únicamente un amplificador grande que una amiga nos había prestado, que permitía la conexión del bajo y de dos guitarras eléctricas que mi padre nos había hecho, llegaron a casa unos jóvenes preguntando por mi madre; le indicaron que yo les había pedido llevarme las guitarras, amplificadores y bocinas que habían quedado en casa porque las necesitábamos en la kermesse. Mi madre entregó todo ese equipo sorprendida en su buena fe. Y Los Picapiedra, por robo, nos quedamos sin la dotación de nuestros instrumentos principales.

   El grupo duró un tiempo más, hacia 1964, y finalmente quedó disuelto. Algunos de sus integrantes llegaron a formar parte de otros grupos, como el de Los Marauders en el caso de Mario Palomo. Tras aquellas experiencias en el rock´n´roll, decidí abandonar la guitarra eléctrica y estudiar seriamente la llamada guitarra clásica, sobre todo en el aspecto técnico, lo que me llevó a estudiar teóricamente la música, lo cual me permitió la lectura y composición de partitura. Sirva para la memoria.

12/4/21

¡Adiós mundo cruel!

Francisco Garzaro,
Guatemala


¡Adiós mundo cruel!


   Usted, definitivamente, está abatido.  Cabizbajo. Verdaderamente afectado por todo aquello.  Está, como se dice corrientemente, meditabundo.  Y también cree percibir algo sutil, algo lastimoso y feo que flota vaporosamente en aquel ambiente gris y que lo mantiene en situación anímica de abierto escozor y ambivalencia, porque resulta que estando francamente triste, también suben hasta su coronilla cálidas oleadas de indignación, y es entonces que empieza a sentirse molesto en aquel escenario.  Y no sabe qué diablos decir, ni qué hacer o qué, ante la visión de tanta concurrencia emperifollada y de tanto musitado y cordial "...¡mi más sentido pésame, chulita!", que aflora en aburrida repetición en aquellas transitorias y pretendidas tristezas faciales de cartón, y de no pocos y comedidos abrazos saturados de puro formulismo e interés.
Y no sabe tampoco cómo actuar –¡y vaya si lo sabe!– ante tanto visitante que llega presto con su lágrima en la nariz y que luego, tras arrellanarse plácidamente en cualquier sillón, charla inusitadamente animado.

   Así ocurren muchas veces las cosas en esta platea que es la vida.  Por eso usted mejor se mantiene callado, ensimismado, pensante y, sobre todo, rebeldemente hundido hasta su entraña en aquel elegante como mullido y enorme sofá de barata cuerina café, en uno de los discretos rincones de aquel rectángulo oloroso a flores y perfumes de la exclusiva y "sobria" "Capilla Imperial", en las peculiares e infortunadamente corrientes y "muy sentidas" honras fúnebres con que la familia doliente y sus "múltiples relaciones sociales" despiden de este alegre como ingrato y apetecido mundo, a quien en vida fuera el muy de a zompopo y de a sombrero, el muy simpático y retozón, el muy cantineador, elegante, "gamonal" y dinámico, tío Alberto.

   ¡Caramba!, pero..., ¿qué pasó?, ¡quién lo iba a pensar!  El tío Beto, el mero Tarzán de los Monos, el viejo chingüengüenchón, el "...¡déjenmelos a mí solito, muchá!", el "¡pa´luego es tarde!", el "¡voy´gundas, jovencitos!", "el Rambo chapín de las barras show" en carne y hueso y con todo y su aludo sombrero Borsalino ahora está muerto.  Bien muerto.  Tan muerto como el sastre de la esquina o como Napoleón.  Y no es cuestión de dudarlo porque ahí a través del cristal asoma su pálido rostro ya no más sonriente ni bromista y sin pizca de asombro ni aliento.  Parece mentira.  Jamás hubiera imaginado nadie que aquel "cuarentón" de cincuentipico, bien conservado y galante, pudiera estar a tan pocos pasos del otro potrero; tan inmediato, tan juntito ("...¡véngaseme p´acá juntito a su rrey miamorr!"...) a la "Capilla Imperial" aquella: ¡vaya sorpresa la que ha dado "Minino" muriéndosenos así!  ...Tan sonriente y optimista...

   Y el tío Alberto ha dejado mucho dinero: dos finconas de ganado y café; catorce casas diseminadas por toda la ciudad; dos "palomares" repletos de inquilinos, uno en La Palmita y otro en la populosa zona tres; una bonita y acreditada gasolinera en magnífico punto comercial y tres flamantes automóviles, sin contar entre ellos a aquel raudo auto deportivo rojo de convenientes cristales oscuros que tanto distinguió al tío Beto entre los ambientes nocturnos del país...

   ¡Ah!, y además, y sobre todo, también ha dejado el tío Alberto a su inconsolable y aún atractiva esposa, la siempre "chic", "la mejor vestida" de la página social, María Paula, cariñosamente llamada "Maripau", y a tres modernos y despreocupados "papi-paga" con aires de "¿qué pasa aquí?": Paolita, de dieciséis, colegiala rosa del tipo lánguido-pálido, larguirucha como su madre, de quien copió aquella lenta y estudiada manera de mover las manos coqueteando con un breve parpadear de ojos que son oscuros, de mirar ingenuo, inquisitivo y descortés; María Carla, de veinte, trigueña, engreída y bonita Guatemalan-York de nariz respingona y mirar esquivo y lateral: recién llega "de los estados" a enterrar a papá: mientras, ejercita imperturbable su mind control in a disaster apartada de pésames, mala vibra y cuchicheos, mediante su "técnica" de establecer paréntesis intelectuales de interés, para separarse así del "sujeto-determinado-causante-de-psicotensión": por eso lee ahí junto al féretro de su padre a Marcel Proust: parece tranquila, ausente y fríamente equilibrada; y Carlos Alberto, o como ya le llaman los amigos, "Minino Jr.", de 23 y repitiendo el año en la universidad: bueno para pagar y, más aun, para beber y para mostrar lo que posee y lo que puede...  Y bueno también para vestir como jamás el tío Beto con tanto trabajo pudo o soñó...  Y Carlos Alberto es alto y galán, y por ello y por muchas cosas más es un joven arrogante y ventajista: un "buen partido" en el jet-set local:
un apetecido platillo de no pocas ansiosas chicas casaderas que forman cola para abandonar aprisa el alegre club de la soltería de la alta clase media nacional.
   
   Y van y vienen las relucientes charolas con los cafecitos y los consomés y los bocadillos paseándose entre la concurrencia que crece: y aparecen como por arte de magia por los amplios pasillos atiborrados de amena tertulia toda suerte de extraños parientes de nuevo cuño. Y todo aquel ambiente caleidoscópico poblado de voces y ecos de chismografía: allí, contándose amoríos supuestos y riéndose a más no poder con las caras al revés entre las negras solapas luctuosas; y allí mirándose de reojo y apostándose a quién relata los mejores chistes negros o rojos. Y todo aquel concierto de anteojos oscuros de caprichosos aros con presunción de elegancia avergonzados de la tristeza o quizás de aquella lágrima que no brota, que no quiere asomarse ni caer. O quizás por el maquillaje o la pintura de ojos barrida por algún glorioso llanto franco y humano.

   Y por todas esas cosas tan molestas, y porque a fin de cuentas usted lleva el corazón arrugado por esta muerte sorpresiva que se ha llevado al tío Alberto, es que se mantiene allá en la "Capilla Imperial" derrumbado en aquel enorme y confortable sofá: el querido tío Alberto, el gran "Minino", aquella incomparable mina de billetes puedelotodo se fue.  Sanseacabó.  Lo llora hoy en medio de este ya casi folclórico mundillo funerario su triste y sollozante familia, ahora arrinconada en la sorpresa por mil pensamientos y presagios; y ni la guapa "Maripau" ni Paolita ni María Carla ni Carlos Alberto quieren percatarse de aquel irritante murmullo de amena platicona que les acompaña en la aciaga circunstancia de la vida que es la muerte.  Y usted, irremediablemente, aún permanece ahí observando, escuchando y sinceramente enmudecido por la pena y los recuerdos: y es entonces cuando alguien de a la par llama insistentemente a su atención propinándole dos o tres discretos aunque impertinentes codazos, para comentarle en baja voz:  "...Ah, qué d´ial pelo era aquél...¿verdá?... yo le trabajé usté...y, bueno, ...ahora la viuda..., la viuda no va´guantar solita porque está re... ¡ésa no dura!, ¿no cree? ...Mire, mejor vonós con los de afuera... ¡Ahí tienen los traguitos usté!"...

10/3/21

Don zanate

Francisco Garzaro,
Guatemala


Don zanate


   Quién diría que este vivaracho animalito, que los capitalinos vemos por todos lados en la ciudad de Guatemala, lleva, por bautizo científico, el sonoro y hasta distinguido nombre de "Quiscalus Macrurus".

   En efecto, ¿quién no lo ha visto, o, más bien dicho, quién no ha visto a doña zanate –pues en verdad se trata de una "ella" vestida de infaltable plumaje café–, la bullanguera pareja de don tenorio clarinero, volar en alegre bandada alrededor de todos aquellos viejos arbolones que sirven de cobijo a su numerosa familia en parques como el recordado "Concordia" –hoy Gómez Carrillo– o, inclusive, en aquella antigua "Avenida de los Árboles" que corre en plena zona uno extendiéndose a la zona seis?

   Ciertamente, y quizás hace tantos años que no podemos recordarlo, los zanates adoptaron al Hombre, decidiendo, con muchísima lisura, vivir con él libremente en las ciudades.  Y esto resulta tan cierto como que son raramente vistos en zonas despobladas.  Aquí mismo, como decíamos, cualquier curioso capitalino podrá darse cuenta del alegre y bullicioso recreo que arman por doquier estos simpáticos animalitos, especialmente temprano, al despertar, o al "irse a la cama" en las arboledas, cotidianamente, hacia las seis de la tarde.

   Y nadie se ha preguntado cómo estas aves logran sobrevivir en una ciudad saturada de venenosos gases liberados por los escapes de millares de automóviles y transportes de todo tipo.  Y más aún quedaríamos sorprendidos, al saber que esta especie en realidad parece preferir la vida civilizada de las ciudades, porque allá en el campo le es difícil encontrar los ricos residuos de comida humana que tanto ha aprendido a degustar.  Eso para no hablar de los fatídicos insecticidas contemporáneos que aniquilan a las orugas y a otros insectos constitutivos de su "dieta" básica u original; allá en el campo, esta especie tendría que avenirse –como de hecho lo hace "en el monte" el resto de la familia Macrurus– a una alimentación rutinaria, picoteando desabridos y raquíticos gusanillos que, de cualquier forma, también están por añadidura al alcance del pico en la ciudad para el alimento de la exigente prole.  En realidad las áreas citadinas ofrecen a estas aves muchísimas cosas más: jardines y monumentos para curiosear a los humanos cuando se divierten o cuando se ponen "marciales"; frescas fuentes o graciosas piletas residenciales donde chapotear alegremente gozando de un reconfortante secado de alas a pleno sol o, en su defecto, cantidad de deliciosos charcos refrescantes y suficientes tejados y azoteas donde aterrizar.  Y por aquello de la nostalgia, unos cuantos aletazos y la alegre zanatada vacaciona en cualquiera de los cercanos barrancos que circundan la ciudad capital...

   Y la principal "estrategia" de sobrevivencia de esta listísima avecilla es, precisamente, el pasar inadvertida para la mayoría de la especie humana con la que comparte la ciudad.  Pasando por "feo" o por "común" –¡vaya listura!– el zanate vive, ¡perdón!, doña zanate vive más o menos tranquila entre nosotros y nosotras con su elegantísimo y protector marido don clarinero, salvo, claro está, que este bullanguero lince con alas aviste algún travieso adolescente que, honda en mano, pretenda probar suerte con su puntería.

14/12/20

"...Buenos días, licenciado"

Francisco Garzaro,
Guatemala

"...Buenos días, licenciado"


   En la época moderna que nos ha tocado vivir, el trajín diario nos ha impuesto la dictadura de las especializaciones.  Es el constante devenir de la historia y, con ello, la compleja multidivisión del trabajo del hombre.  La ciencia, pues, se ha ramificado tanto, que hoy día puede representársele como un frondoso árbol del saber repleto de gruesas ramas, de las que a la vez crecen articuladas ramecillas de donde penden extraños frutos y brotan flores de todo color.  Y a la par de este desarrollo del conocimiento de la humanidad, del que por fortuna no estamos excluidos los guatemaltecos, en medio de nuestra idiosincrasia, de nuestro chapinismo, vemos y escuchamos, por aquí y por allá, el florecimiento de los más raros especímenes "licenciados" en mil artes y oficios, vaya usted a saber.

   Ser "algo" en la vida, pues, ha cobrado hoy día casi más importancia que una bien cuidada virginidad.  Y no es broma.  Luchar por una licenciatura a estas alturas alcanza niveles de lograrla a como dé lugar:  si usted es pobretón, aunque inteligente y trabajador y no posee el famoso y necesario cartoncito que atestigua su paso por alguna universidad, muy probablemente por estos lares no pasará, como expresa el dicho popular, "de zope a gavilán". De modo que en nuestra querida patria tenemos una vistosísima, pintoresca y creciente gama de gavilanes y gavilancillos, digna del más rico paisaje bucólico o pajarera que podamos imaginar.

   Y si por suerte, o por sus brillantes dotes de trabajador o trabajadora, o por el "muy sentido deceso" de una acaudalada tía usted se vio de la noche a la mañana superdotado de pisto y en consecuencia de una buena posición social, aún se encuentra en la incómoda situación de ser llamado simplemente "señor", porque ya el hecho de ser llamado Don Fulano, o Don Zutano –así con mayúscula–, sinónimo de donaire, emancipación económica o alcurnia enjundiosa, perdió a todas luces su significancia social.  Aunque pistudo, viejo o nuevo rico, usted, hoy día, en la época de las democracias, no pasará de ser el señor fulano de tal, o llamado a la usanza antigua "Don Filiberto", respetuosamente, con cierto aire de anacronía y forzada seriedad.  Así es como las circunstancias dan paso al estratégico –aunque poco cómodo– caso de ser llamado, o mejor aun, dejarse llamar, sin remitirse a prueba alguna, "licenciado" a secas, una especie de crédito social sin respaldo ninguno, en el grado de "económicus causa", una clase humanizada de cheque sin fondos.  Y es que ser llamado "licenciado" e imprimir el término antepuesto al nombre en la infaltable tarjetita, suele ser de importancia capital e impostergable en estos dorados tiempos en que no todo lo que brilla es oro.  Los años de la devaluación, las especialidades y la especulación.

   Y también están los licenciados de verdad y un poco de mentira:  aquéllos que sí cuelgan su cartón en el bufete o en la oficina para convencer a la clientela de los créditos académicos de quien aguarda a los incautos e incautas tras un típico mamotreto de escritorio, rodeado de cien mil papeles, mudo testimonio de trabajo acumulado o jamás concluido.  Trátase de aquéllos sujetos o tristes damas que huelen a hollín, a moho, que por fin lograron a fuerza de persistencia el título "a puro título", o de aquéllos o aquéllas que por arte de magia volvieron del extranjero ostentándolo por la señal de la santa listura y nada más...

   Porque ser licenciado es muy importante.  Si usted, por ejemplo, ya obtuvo el correspondiente permiso para conducir su cuidado pichirilo, ya puede, si tiene valor, hacerse llamar "licenciado", porque a fin de cuentas el verbo transitivo "licenciar" significa, entre otras cosas, dar licencia, y este último término en su primerísima acepción, según el diccionario, quiere decir "Autorización", venia o permiso para hacer algo".  Así que no hay problema, si usted conduce legalmente su automóvil, esto es, debidamente autorizado para ello, ya puede decirse "licenciado".  Lo mismo ocurrirá con las mil y tantas autorizaciones que para vivir, sobrevivir, civilizadamente, son emitidas a diestra y siniestra por las autoridades competentes.  Así hoy día las licencias, y con ello las "licenciaturas", abundan y visten nombres por doquier.  Caso parecido ocurre con la proliferación de "ingenieros" y no es raro encontrarnos, de vez en cuando, con sujetos que, al presentársenos, de entrada, recalcan su nombre anteponiéndole el aderezo de "licenciado" o "ingeniero", a manera de aviso, como si tal condición formase parte adicionable a la partida de nacimiento o al nombre "de pila".

   Menos mal que aún el país puede contar con decenas de confiables y prestigiosos profesionales que, ostentando merecidamente diversas licenciaturas, doctorados, maestrías, profesorados y diversos grados técnicos, hacen que el desarrollo, la salud y las relaciones sociales de los guatemaltecos marchen viento en popa, pese a tantas vicisitudes.  Medio en serio, medio en broma, a quien le venga el guante, como se dice: ¡Que se lo plante!

1/10/20

Juanito

Francisco Garzaro, 
Guatemala


JUANITO

Aunque Juanito Golondrina era el patojo más bueno del barrio, aquel día radiante conoció el

dolor más raro del mundo.  Alguien lastimaba desde adentro sus entrañas candorosas;  alguien

desde el anonimato del sentimiento salpicaba calladamente de culpa el ensueño y sobre todo

alcanzaba sus amados cuentos infantiles repletos de alegres animales y coloridos bosques

encantados;  y aquella triste sonrisa, tan distinta de la suya y que llevaba encajada e inédita

en el rostro -que sólo sabía de besos maternales- era más bien la primera mueca de asombro

que su alma transparente y noble intentaba como voz de alarma.

Allá en la sombra fresca de la arboleda está Juanito a solas con su fusil de viento.  Un niño y

su encuentro a solas con el asombro. Con el desconocido mundo.

25/7/20

El señor...

Por Francisco Garzaro,
Guatemala



EL SEÑOR QUISCALUS MACRURUS NO ES UN PERIODISTA INGLÉS


   Tampoco podríamos afirmar que el señor Macrurus llegó a estas pintorescas y tropicales tierras centroamericanas a la usanza de aquellos viejos flemáticos colonos británicos enfundado en bien planchado traje blanco y pipa y peculiar sombrerillo de palma.

   Tampoco es cierto que este extraño tipo Macrurus vistiera alguna vez pantaloncitos cortos a la cómoda y ventilada manera de Lord Baden-Powell of Gilwell y sus puntuales paisanos.

   Tampoco Macrurus se ha ocupado jamás de la política ni estuvo nunca afiliado a partido alguno y ni siquiera compra diarios ni pierde su valioso tiempo viendo la televisión.

   Y tampoco –¡por favor!– podríase endilgar a este personaje de tan alcurnioso apellido Macrurus el sambenito de hippie panajacheleño, ya que Quiscalus ni es ojiazulado ni lleva greñas ni mochila ni sueño.

   Quiscalus Macrurus tampoco pertenece al honorable Cuerpo Diplomático acreditado en Guatemala y, por supuesto, no vino al país como miembro del pintoresco "Cuerpo de Paz" norteamericano. Tampoco Macrurus trabaja para ninguna universidad estadounidense ni alemana ni holandesa ni canadiense ni escandinava ni oenegé alguna, que estuviera interesada en continuar estudiándonos a todos nosotros los especímenes faunoparlopensantes que entre tantos agrios dimes y diretes habitamos estas coloridas regiones de trópico, de pena e impunidad.

   Y Quiscalus Macrurus no ha tenido que ver con la Perestroika ni con los Versos Satánicos ni con los Bomberos Municipales ni tampoco con los extraños destellos luminosos voladores que ha algunos años atrajeron turistas nacionales noche a noche a las cercanías del tranquilo Sanarate y, aunque conoció a Luis Domingo Valladares, jamás nunca cruzó palabra con él ni con el expresidente Cerezo ni con el vocero del Insivumeh; jamás ha estado cerca ni ha conversado con Santa Clós ni lo hizo con el gordo Sanchinelli ni menos aun habría participado jamás en las actividades culturales del recordado viejillo don Tasso Hadjidodou –"Taso how do you do"– con quien por supuesto Macrurus no tiene, ni tuvo, ningún parentesco en lo absoluto.

No. Definitivamente no. Macrurus no tiene que ver ni con los presidentes ni con los coroneles ni con los maestros de artes ni con los pintores de brocha gorda. En una palabra, Quiscalus no requiere de tecomates para nadar. Ni sabe de cine ni de cálidos licores ni de preciar antigüedades. Es tan sencillo este Macrurus como la sonrisa del inocente o como treparse cantando a un autobús o como ponerse la camisa o como saludar a un cura en la mañana.

   Porque Quiscalus Macrurus no es un periodista inglés. De ello está lejana cualquier sospecha. Quiscalus ni tan siquiera es inglés. No lleva país ni pasaporte este Macrurus. Quiscalus es poeta. Quiscalus el poeta urbano de los aires y de los remolinos. Macrurus poeta alegre de los parques y de las alamedas. Quiscalus de los altos pinos y de los cipreses y de todas las arboledas y de los caminos.

   Quiscalus papalote piruetero de las alambradas y de los tejados y de los potreros y de los llanos largos.

   Todos y todas conocemos al señor Quiscalus Macrurus quien obviamente no es un periodista inglés. Quiscalus Macrurus sin papeles ni fronteras. Quiscalus Macrurus populorum por todas partes. Quiscalus desde nuestra niñez. Macrurus desde nuestras barranqueadas. Quiscalus hagamos un pulso. Macrurus desde nuestras correrías honda-de-hule-canche en mano para matar al clarín de los atardeceres.

   Todos y todas conocemos a este señor Quiscalus Macrurus tacuche café cuando va de ella, negro-azulado cuando va de él. Macrurus incansable fraile volador de las barriadas bullangueras y de las palanganas. Quiscalus chucho juguetón de los aires. Sobreviviente Quiscalus de los criminales gases urbanos y de los insecticidas y la deforestación. Cantata heroica Macrurus cotidiano. Quiscalus libre nunca mascota.

   (O quizás reconozcamos más fácilmente a este señor, a esta señora Quiscalus Macrurus por su nombre popular, cotidiano. Simplemente, con cariño, con sencillez: ¡don Zanate! Nada más).





Nota:
En otras regiones de América las variedades Quiscalus tienen diversos nombres: Quiscalus mexicanus, Quiscalus lugubris, Quiscalus major, Quiscalus nicaraguensis, Quiscalus niger, Quiscalus palustris, Quiscalus quiscula, entre otros.

10/1/20

Adiós poeta...

Francisco Garzaro,
Dirección de Mesa de Poesía



ADIOS POETA MIGUEL CRISPIN SOTOMAYOR 


  
Desde el 21 de mayo del 2018 se perdió la comunicación con el poeta cubano y colaborador de Mesa de Poesía. Se asumió que Miguel estaría ocupado en sus labores, o de viaje quizás. Durante 2019 le dirigimos varios mensajes y el poeta no respondió. Recientemente, en ocasión de las fiestas de fin de año, le enviamos nuestro abrazo y mejores augurios para 2020: ninguna respuesta. Nuestras comunicaciones se realizaron, invariablemente, a petición del poeta, a la dirección electrónica de su esposa Miriam. Desde ese correo enviaba sus poemas. Pero el silencio perduró. Así que, ante la ausencia tan prolongada, escribí al también poeta cubano y colaborador de Mesa de Poesía, Jesús García Clavijo, comentándole el asunto.

Recientemente, el pasado 8 de enero, García Clavijo nos ha dado la triste noticia. Miguel Crispín Sotomayor falleció. De acuerdo a una información que Mesa de Poesía ha recabado en internet, Miguel Crispín Sotomayor habría fallecido el 24 de junio de 2018. En nombre propio y de Mesa de Poesía, hago llegar a Miriam su esposa, y a su hija, nuestro pesar por tan irreparable pérdida, pesar que hago extensivo a toda la familia del poeta y a las letras cubanas.

Mesa de Poesía extrañará mucho al poeta fraternal Miguel Crispín Sotomayor. La tristeza nos envuelve. Contándose con algunos poemas suyos que en vida tuvo la amabilidad de enviarnos, y que todavía no hemos publicado, éstos se irán publicando en su homenaje.

Adiós, Miguel.

23/9/19

Perro...

Por Víctor Muñoz,
Guatemala


Perro expiatorio



        El mismo día que nos pasamos a vivir aquí a mi hija la mordió el perro de los vecinos.  No fue mucho, apenas un rasguño, pero…  

Esa misma noche vinieron los vecinos a ofrecernos sus disculpas, a explicarnos que el perro estaba vacunado contra la rabia, que nunca lo soltaban pero qué mala suerte hoy.  También nos dijeron que se ponían a nuestras órdenes por cualquier cosa que se nos ofreciera.

En cuanto se fueron me puse a planificar lo de la verja. Decidí que mañana mismo le voy a ordenar a Toño que la comience.  Tiene que ser de por lo menos dos metros de alto para que no se mire nada para adentro.   En la esquina quiero que me le construya una torreta.  También quiero que me ponga unas pilastritas para que nadie vaya a estar encaramando su carro en mi pedazo de banqueta.  A Miguel le voy a ordenar que venga a ver lo del jardín.  Quiero que me le cambie de lugar a los dos árboles de eucalipto y que el naranjal lo pase para atrás.  También quiero que me le den vuelta a la casa para que el sol de la tarde no moleste.  Después voy a ir a hablar con Genaro para que me mande unos tres muchachos de los más duros para que me hagan ronda por lo menos dos o tres meses y para que a cada tres o cuatro días hagan unos disparos al aire.  Todo tiene que quedar arreglado esta misma semana.

Y una vez que lo tuve todo planificado y decidido me dormí.  En la madrugada me levanté, agarré la pistola y me fui a matar al perro porque a mis hijos nadie me los toca y quiero que vayan sabiendo cómo es la cosa conmigo.


Cabrones.




Víctor Muñoz es un novelista, cuentista y poeta guatemalteco al que le fue otorgado en el año 2013 el Premio Nacional de Literatura.  Algunos títulos de su obra: Collado ante las irreparables ofensas de la vida; La noche del 9 de febrero; Posdata: ya no regreso; Sara sonríe de último; Instructivo breve para matar al perro: y otros relatos sobre la atribulada vida de Bernardo Santos; Principios y ejercicios democráticos para desalojar a los gatos; Cuatro relatos de terror y otras historias fieles; Las amistades inconvenientes; La reina ingrata: cuentos; Cuentos: antología

8/1/19

El Duque

Por Maco Luna,
Guatemala


El Duque 

                                                  
  
Cuando el Duque veía volar a las aves y las mariposas, el viento de los sueños agitaba sus pensamientos. Amaba la libertad porque no la conocía. La había visto un par de veces en la efigie de una moneda. Desde cachorro fue confinado a la terraza y sus paseos solo eran imaginarios: recorría el horizonte de techos viejos, y por las noches   miraba cómo el diablo bailaba la danza de las almas sobre las viejas casas.  El espectáculo esperado era ver la figura de un gato arqueado bajo la luz de la luna. Los tecolotes llegaban a hacerle compañía y le contaban acerca de  las cosas simples de la vida. 
Conforme fue creciendo pudo asomarse a través del muro a las casas vecinas y se fue familiarizando con los gritos y las palabras fuertes de sus dueños. Qué diferente esa casa que le quedaba más cerca y de la cual brotaba una luz y siempre oía cantos y risas. 
Desde que amanecía se escuchaba la voz melodiosa de la señora,  dándole vida a todos los rincones. Su curiosidad lo empujó a ponerle más atención al devenir de la gente que vivía en esa casa, y pudo darse cuenta de que la base era una pareja de viejos. Ella cantaba mientras lavaba sus camisas blancas, y él la acariciaba con una mirada demasiado viva para su edad. Ella presentía el calor de los ojos amados y corría hacia él para fundirse en apasionado beso. Bastaba mirar hacia el patio de esa casa para ver todo en amarillo, porque el amarillo es el color de los enamorados, era la luz que, como el agua, inundaba todos los rincones. 
El Duque podía ver lo que los viejos veían el uno del otro. Lo que de único tenía el uno, y lo que de único tenía la otra; él presentía el amor. Cierta noche los tecolotes le aconsejaron que diera un paseo por los techos. Los gatos, extrañados, interrumpieron sus ensayos y le dieron paso. Cambiaron de techo para seguir con el jazz de las siete vidas. El Duque no sabía cómo enfrentar al mundo porque jamás había leído ese libro. No podía caminar con firmeza en ese terreno porque la ignorancia lo conducía en la oscuridad de lo desconocido; además, nunca había dado más pasos que sobre esa fría terraza. Sus ojos se bañaron con la amarilla luz de la casa contigua y hacia ella se encaminó. El torrente de luz lo envolvió y su voluntad se arrastró al patio de la casa vecina. Solo se escuchó un ruido sordo cuando cayó en el piso. Los moradores habían salido esa noche y nadie se dio cuenta de que un perro había caído del techo. El sol saludó al día a la hora acostumbrada, y cuando los enamorados abrieron la puerta el animal se vio envuelto por las mismas miradas que lo hicieron aprender a volar. Los dueños del Duque nunca se enteraron de que este había empezado a leer el libro del mundo.  El amor encendió la luz y una caricia le ayudó con la primera línea..       

27/1/18

La poesía...I,II,III

Francisco Garzaro,
Guatemala

La poesía, la compañía y las cosas de la vida

I


En la mañana un poco de avena. Me encuentro en la habitación entreabriendo aún los ojos mientras bebo su lechosa consistencia aguardando la energía que la afama. Mi compañera ha traído el tazón a la cama donde todavía permanezco. Necesito espantar el sueño que por el recuerdo no se va. Pronto el dormitorio va retomando la apariencia de siempre y me paso el último sorbo. De nuevo el día. Santuiseña: qué buena compañía; qué suerte poder contar con ella, con su permanencia después de tantos años: camina y camina conmigo, venciéndolo todo, los trabones diversos de la vida, los traspiés. Nos amamos.

Sigo vivo de manera persistente en un país donde la muerte perpetrada sorpresiva e inesperada es común. Casi tan natural como lo es el saludo cotidiano en el vecindario. Pero, en fin, un día más a favor o en contra. Depende. Se me vienen, en sucesión, las imágenes; las escenas adelantadas de las calles que recorreré de nuevo para encontrar la clave del respirar, del respiro. Indagar el sentido que ha de tener el acertijo es lo que me importa. Es la lucha contra la angustia: la búsqueda de un bienestar que no siempre se obtiene a cambio de dinero. Encontrar la causa del reír y del sentir los pies avanzando hacia la novedad cotidiana. El hallazgo de simbologías en los andenes callejeros rotos de ir y venir. El descifrar los garabatos, las exigencias, las súplicas abandonadas en las viejas paredes interminables del Centro Histórico de esta ciudad capital guatemalteca. Las rústicas palabrotas en las puertas de los vecindarios; esos lugares, esos espacios donde se evidencia la maquina multitudinaria del pueblo.

Van llegando las frecuencias significantes, las dimensiones alteradas por el crecimiento anárquico urbano. Van llegando los campanarios que quedaron diminutos ante las altas edificaciones, claro, excepto las torres amarillentas de la metropolitana Catedral que aún llenan de campanadas la Plaza de la Constitución poblada de gente, de sanates y palomas. Y no faltan las cabras lecheras y el pastor que completa el paisaje con su toque bucólico. Y ahí están también los silencios prolongados en las sombras del día y de la noche. Viejos y viejillas en harapos con sus entrecejos escrutadores. Ladronzuelos, orfebres, vendedores de maicillo para los cientos de palomas; mariguanos por los rincones con el retumbe tamborero constante del gurpo garífuna que llena de danza el gran espacio abierto de la Plaza. Indigentes con sus tristezas. Borrachos en resaca. Turistas casi extraterrestres visitando un país macondiano, o mejor aún, un país que posiblemente representa lo xibalbiano. Putas deambulando desvelos o, como se dice con corrección política ahora, "sexoservidoras" pululando por ahí hartas del vivir y la desesperanza. Jóvenes colocando sus ventas callejeras en las esquinas atentos a la persecución municipal. El Centro Histórico de la protesta guatemalteca eleva el grito ciudadano hasta los confines de la existencia en este territorio que a algunos se les ocurrió llamarle Guatemala.

También están los ojos de las muchachas. Las parejas besándose interminablemente mientras descansan al borde de la fuente luminosa. Los soldados que custodian el rebautizado Palacio Nacional de la Cultura y las ratas que corren en los jardines de la Plaza.

Episodios de la cotidianidad. Escenas de las cosas y de los seres constantes en el viejo Centro de la capital de Guatemala. Es el movimiento de imágenes y sonidos; las dimensiones humanas y arquitectónicas que se encuentran mientras se avanza a pie paso a paso por la zona metropolitana de la ciudad. Un mundo que se lee irremediablemente crudo porque la realidad más evidente del país la marcan las exigencias sociales en la calle. Hay un goteo poético en este lugar de barrios centenarios y protestas.



II

Lejano bar



La chica en la esquina del bar. El hombre que la devora; que la consume en el beso que escapa y queda para siempre en la boca y en el espacio. Concluirá la vida. Ella no lo olvidará porque el del beso ha firmado ya la muerte al fondo del enorme puente. Importante es la pasión en el discurrir abigarrado de la existencia. Acaba a cada instante en la morgue de los hospitales públicos. Algunos adinerados mueren indiferentemente infelices o bendecidos entre médicos y curas o monjas empresariales que correrán en su día la misma suerte. Cuestión de fantasear con la señora muerte y concluir inertes en una morgue de pobres o ricos. Es cuando los fantasmas de Asturias, de Salarrué o aun de García Márquez sugieren la extraña magia que flota por dondequiera en toda la realidad fantástica de la vida y de la muerte. Porque la muerte es magia heredada de la vida y esa es la pregunta que hemos de preguntarnos si en verdad hay linterna en la región de nuestros supuestos talentos.

Por eso la poesía. Y la música y la pintura. Y por eso la mujer. Y también el amigo que se acerca y nos confía algún temor o cierto importante pero discretamente oculto éxito. Mi fórmula es discurrir el tiempo deambulando a pie por maravillosos barrios céntricos donde me permito, donde quiero vivir a expensas de todo lo que ocurre a mi alrededor.

"No te vayas mi amor", "te quiero Silvia cabrona, volvé", "te quiero mi amor", "Susana y Pedro" son cuentos cortos, brevísimos de la vida de la gente que se lee en las paredes con mensajes de belleza y drama.



III

El duende



La última aventura, esa cosa de la que apenas sobreviví. La intensidad del páramo paradisíaco fue tal que perdí el puesto de timonel y el duende enfiló al país del nunca jamás.  La idea llegó cayéndome sin aviso y confié en él, sí, en el duende. Me entregué a él porque le asistía una explicación histórica y porque ésta daba razón de ser al planteamiento de un amor donde se rebasaba la propiedad de un ser sobre el otro y se podía vivir en plena comunidad un hombre y dos mujeres. O al revés. Una suerte de pionerazgo en un pobre país donde se niega la plurinacionalidad que le es esencial. Un bosque era aquel adonde me llevó el duende con su propuesta de una realidad que solo podía concretarse entre seres que llegaran del futuro. Allí una pequeña parte de la Utopía se tornaba real desde que se divisaba su umbral pletórico de flores.

Algún mágico toque hizo surgir el ensueño que pronto fue la nave que despegó. El duende cantó los sortilegios y me perdí en las aguas pensándome en el futuro. Íbamos tres a bordo mas sólo yo me futurizaba mientras mis compañeras entraban en pánico. Naufragó la cápsula y en la embriaguez amanecí derrotado a más no poder con el duende sonriéndome. Desde entonces, siempre dos porque la tres se exilió, la compañera comprende la derrota y su amor es tal que aun lucha en mi compañía. Con el duende, al final siempre somos tres.

La tarde del jueves el duende lanzó el reto de ir a beber cerveza a un bar que él prometía inolvidable. Caminamos hasta llegar al cementerio; yo pensando en las pintorescas cantinas aledañas al lugar y el ente divirtiéndose mediante engaños de no entrar a ningún sitio. De pronto atravesó la avenida y se paró frente al lúgubre portón invitándonos a entrar. No teman, dijo, nos esperan. Hay fiesta ahí, al final.

5/4/13

Primer...

PRIMER ROMANCE


Por Miguel Crispín Sotomayor,
Cuba



Cuando entré a su camerino ella estaba sentada frente al espejo y más hermosa que unos minutos antes en que la veía desde mi butaca en la tercera fila. En cuanto se percató de mi presencia se inclinó hacia mí, y nos besamos. Yo con toda mi pasión y ella como estaba acostumbrada a hacerlo. En ese instante nos sorprendió un hombre alto, de cabello castaño y peinado a lo Gardel, que con gesto imperativo la presionó para que apurara nuestro encuentro, solo su sonrisa me hizo desistir de romperle las rodillas al intruso. Regresó al escenario y sin otra alternativa regresé a mi asiento para volver  a verla en lo alto. Cuando cayó el telón y terminaron los aplausos, mi tía Nena me tomó de la mano para protegerme del público que abandonaba la sala del Teatro Oriente.  Esa noche y en noches posteriores, Libertad tuvo un lado en mi cama. No volvimos a vernos. Yo buscaba en los periódicos y leía que la "La Novia de América" llegaba o se iba de tal o más cual país. Esperé y nunca recibí ni siquiera una carta, una nota. Yo sé que hubiera querido hacerlo, no era su culpa sino de un marido celoso y de la tía que me sacó apresuradamente del teatro, sin siquiera permitirme regresar a ella para acordar algún encuentro más íntimo o darle mi dirección y mi número de teléfono. En medio de mi sufrimiento por el amor perdido, el verano llegó en mi auxilio con las vacaciones escolares y me fui para Cuatro Caminos de La Prueba, a la finca de la abuela Alberta, donde podía divertir la pena encima de un caballo, aburrirla sobre los cascos del burro "Torito" y sino resultaba, ahogarla en las aguas del arroyo "La Rosita".

Han pasado muchos años, he visto con nostalgia todas sus películas y oído una y otra vez sus canciones. Supe que murió, pero todavía conservo el recuerdo de aquél romance con Libertad Lamarque, un día de un mes y un año de la década del cincuenta, en Santiago de Cuba.

9/8/10

Herra...

Gabriel Impaglione,
Argentina

Herramienta
“si mi poesía no ayuda a cambiar la sociedad
no sirve para nada”.
Santoro:

El poeta... el poeta... qué poeta?
El poeta ideal? El ideal poeta?
Qué poetas de qué poesía?

Comprometido con... una mujer/un hombre; unas cuotas; un secreto; un ojo por ojo; una causa libertaria; una iniciativa cultural; la mentira; la verdad; la hipocresía; el susurro doliente; la cuenta corriente; su ombligo; el espejo del baño; los salones elegantes; la marcha para decir No; el socialismo; la independencia verdadera; el bicentenario; las placas de bronce; los medalleros; La voz; la palabra; la justicia; la razón; la verdad; el futuro; los derechos humanos; el levante fácil ( Dolina dixit); la búsqueda de respuesta; la belleza; el arte; la llave de la felicidad; la armonía; los trabajadores; las patronales; el político; la política; el gato; el amor; sus conflictos; la fama; los vinos; las migajas del banquete; el cura; la palmada en el hombro; la metáfora; la acción cultural; la inacción cultural; el coro; los buenos vientos; un lugar en el palco; la vocación de hacerlo todo de nuevo; la historia; qué historia?

El poeta... el poeta... qué poeta?
El que me imagino, el que quiero ser, el que soy, el que fui, el que será?

Lugar común: “el poeta es un ser comprometido con la belleza”
Otro: “El poeta es un ser comprometido con la palabra”
otro: “el poeta es un ser comprometido con su pueblo”
una más: “El poeta es un ser comprometido con su tiempo”

(...)

Un zapatero es un ser comprometido? En todo caso, con qué? Con sus zapatos, con los zapatos de los suyos, con los zapatos de los demás, con el partido, con las manos partidas, con los otros zapateros.
Y si sólo es un compromiso con su oficio, pues: zapatero a sus zapatos.
Y aquí termino.
O comienzo.

Poetas comprometidos:
Poetas no comprometidos:
(arme su lista personal).

Sé de poetas comprometidos, por ejemplo, con su imagen de poetas; con su voz sonándole melodiosa, afectada, llena de ecos del olimpo, en los oídos.
Poetas de verdadero compromiso con lo social. Hoy aquí, mañana allá, a tiznar salas y audiencias con voz grave, llena de altos matices que piden “una placa de bronce allí donde he leído”.

Sé de poetas de té que leen versos de masa fina, que ovacionan a sus pares (el clan elegante que siempre está donde están) golpeteando alegremente sus deditos entre sí mientras tuercen el cuello a un lado y al otro para declamar con autoridad severa “ay que lindo”. Así de comprometidos con la cultura y el arte del buen decir.

Sé de poetas de museo, rigurosos archivistas de lo que ha sucedido en las páginas del Billiken. No se ausentan jamás de un acto patrio. Allí declaman loas en carros triunfales, elixires místicos que embriagan de emoción. Así de comprometidos con el verdadero ser nacional.

Sé de poetas no comprometidos con nada. Pero, en serio, con nada de nada. Ellos están por allí, siempre en otro lugar, en otra parte, escriben, escriben, y nada más. No vaya a invitarlos a una reunión, menos a trabajar por algo que merece la pena, no tendrá respuesta. Escriben y nada más. Y aunque escriban de algún hecho social, digo, de algo que sucede, o no, incluso de la chica que no fue a la cita y esa luna feroz caída en el arroyo, ellos nunca estarán con nada ni con nadie. Son los no comprometidos. Nada los compromete. Persiguen la pureza, lo etéreo, lo trascendental... sin comprometerse, claro.

Sé de poetas que se comprometen entre ellos, pactan en un termo y allí se quedan a leerse y a comentarse, a mirarse las caras y discutirse, pero no mucho. A estimularse, palmearse, invitarse vinos y cafés, hasta que semejante unidad hace la maravilla de elevar bajo esa atmósfera de gesta, en medio de donde no había nada, una cima de luz desde la que después miran el mundo. Esos son los poetas comprometidos con su círculo íntimo de tan notables poetas comprometidos con su círculo íntimo.

Sé de poetas que se han comprometido con el anonimato y ni siquiera se dicen poetas. Y andan por allí, de hora en hora por la vida. Uno los descubre cuando se mueren, o en vida, de casualidad, por alguna infidencia.

Sé de poetas de horas extras, transpirada camiseta, pulmón y pulmón, comprometidos con el trabajo de poeta. O sea, no galas de embajada, digo: poetas comprometidos con el oficio de poeta.
Se la pasan de agua en agua, de verde a verde, de vuelo en vuelo, amando a pierna suelta en tanto la metáfora a veces es meteorito, saludo desde la otra vereda de improviso a veces, una palabra en los bolsillos.

Sé de poetas tan altos que uno debe subirse a una silla para hablarles, mostrarle una página, preguntarles qué cosa es la poesía. Esos son los poetas comprometidos con las alturas de la poesía..

Sé de poetas tan bajitos que a menudo para dirigirles la palabra primero se debe cavar un pozo en tierra. Esos son los poetas comprometidos con las bajezas.

Sé de poetas piedra en mano, comprometidos primero con la humanidad que no dice pero que hace, después con la poesía, aunque... quién podría delimitar una de otra? Digo, la poesía y la acción.
Son poetas de poner el pecho y la poesía. Poetas comprometidos con poesía en pecho.

Sé de poetas alucinógenos. Pero tan crípticos que a veces no se entienden, por eso llaman a su poesía: poesía experimentaldevanguardia, poesía postsurrealísticamentefuturistica.
A veces se quejan del bajo nivel de educación de los demás. Pero son comprometidos con su poesía, saben que alguna vez todos los otros llegaran a entenderlos.

Sé de poetas dedicados afanosamente al arte del soneto, la rima exacta, la métrica casi dictatorial. Se mueven en esos laberintos rigurosos con pie firme, casi bota militar, duros y erguidos, solemnes, sabedores de semejante desafío. Son los poetas comprometidos con el conservadurismo de la poesía.

Sé de poetas que siempre están. Pero siempre están. En todas siempre allí. “Esos son los imprescindibles” (B.Brecht)

Sé de poetas que se comprometen con la resistencia encarnizada contra la picadora de carne que representa toda sociedad. Ellos están allí, poesía en ristre, resistiendo. Diciéndole No a la violencia que les llueve. Que nos llueve. Una poesía del disconformismo? Una poesía hacia la transformación social?
Una poesía que ataca o se defiende?
De una u otra manera son poetas comprometidos con la defensa contra la sociedad.

Sé de poetas comprometidos con el poder de la memoria. No dejan de hablar. Hablan, hablan todo el tiempo, y entre una palabra y otra disparan una cita, esa frase célebre, el típico “como dijo...” que deslumbra y calla. Son los poetas comprometidos con la demostración permanente de su sabiduría.

Sé de poetas que han escrito alguna poesía para aparecer en una antología y con esa trayectoria están en todas partes, van a los actos, a las cafés literarios, a las presentaciones de libros, a las marchas y contramarchas de los escritores, mandan cartas al correo de lectores de la sección cultura de algún diario. Y siempre se lamentan de lo mal que van las cosas, de que así no se puede, que hacia dónde va la poesía con tanto diletante encaramado. Son los poetas comprometidos con la figuración a ultranza gracias a la poesía.

Sé de poetas que viven engarzados en los avances de la tecnología, el marketing, las ofertas y las demandas. Escriben poesía en los teléfonos celulares, ese neorepentismo en código. Después publican libros y salen a hablarle a los diarios de qué cosa es la nueva poesía de vanguardia.
Son los poetas comprometidos con lo que ellos llaman la modernidad de la poesía.

Sé de poetas que se la pasan trinando por la falta de apoyos de las gestiones de gobierno a la cultura y especialmente a la poesía. Luego el destino los mete a presión en algún sillón público, y allí automáticamente se olvidan de la cultura y especialmente de la poesía.

Sé de poetas que buscan desesperadamente hablar con otros poetas de las cosas de la vida, del día y sus misterios y los ciclos aún negados de los brotes que vendrán. Aborrecen pulseadas culturosas, sesudas charlas de análisis literario. Ellos son los poetas comprometidos con la esencia de la poesía

Sé de poetas que escriben cientocuarenta y tres poesías al día y llevan la cuenta del total, actualizado. Cientoveinte mil, trescientas cuarenta y nueva poesías, hasta ayer... mas las cientocuarenta y tres de hoy, hacen un total de...
Han autoeditado doscientos noventa y seis libros de poesía con un total de treinta y siete mil doscientas páginas.
Son los poetas comprometidos con la cifra (que le da volumen a tamaña importancia poética) de la poesía.

Sé de poetas que consiguen un crédito para editar ese libro en el que trabajaron todo este tiempo. Y después lo regalan. Y transpiran la camiseta para pagar el crédito. Y ya están escribiendo, no paran, y esperan terminar las cuotas, terminar el nuevo libro, para sacar otro crédito, y vuelta a empezar. Son los poetas comprometidos con el sacrificio de la poesía.

Sé de poetas que se la pasan difundiendo a todos los poetas. Arman revistas, espacios, volantes, mariposas, folletos, talleres, lecturas. Y cuando alguien – cada muerte de obispo- les pide una poesía para publicar hasta se emocionan.
Son los poetas comprometidos con las fraternidades de la poesía.

Sé de poetas cuyo universo poético es tan pero tan ancho que sólo caben ellos.

Sé de poetas que envían a diario sus poesías a diarios y revistas, en la certeza que alguna entrará a edición. Son los poetas comprometidos con la venta compulsiva de su poesía.

Sé de poetas tan grandes que se acercan como chicos a la poesía.

Sé de poetas que piden disculpas por pedir permiso para enviar un día de estos “algo breve para su consideración”. Y después termina el cuento que se reciben tremendas obras.
Son los poetas comprometidos con la humildad de la poesía.

Sé de poetas que andan por el mundo como una escuela abierta, como una guitarra llena de voces, como un pan de mano en mano. Esa es la grandeza de la poesía.

Santoro fue un poeta comprometido con una poesía que ayude a cambiar la sociedad, por ejemplo.
Si alguien me preguntara cuál es mi compromiso con la poesía, en lo personal, diría que me inclino por el compromiso de Santoro.


Gabriel Impaglione