14/12/20

"...Buenos días, licenciado"

Francisco Garzaro,
Guatemala

"...Buenos días, licenciado"


   En la época moderna que nos ha tocado vivir, el trajín diario nos ha impuesto la dictadura de las especializaciones.  Es el constante devenir de la historia y, con ello, la compleja multidivisión del trabajo del hombre.  La ciencia, pues, se ha ramificado tanto, que hoy día puede representársele como un frondoso árbol del saber repleto de gruesas ramas, de las que a la vez crecen articuladas ramecillas de donde penden extraños frutos y brotan flores de todo color.  Y a la par de este desarrollo del conocimiento de la humanidad, del que por fortuna no estamos excluidos los guatemaltecos, en medio de nuestra idiosincrasia, de nuestro chapinismo, vemos y escuchamos, por aquí y por allá, el florecimiento de los más raros especímenes "licenciados" en mil artes y oficios, vaya usted a saber.

   Ser "algo" en la vida, pues, ha cobrado hoy día casi más importancia que una bien cuidada virginidad.  Y no es broma.  Luchar por una licenciatura a estas alturas alcanza niveles de lograrla a como dé lugar:  si usted es pobretón, aunque inteligente y trabajador y no posee el famoso y necesario cartoncito que atestigua su paso por alguna universidad, muy probablemente por estos lares no pasará, como expresa el dicho popular, "de zope a gavilán". De modo que en nuestra querida patria tenemos una vistosísima, pintoresca y creciente gama de gavilanes y gavilancillos, digna del más rico paisaje bucólico o pajarera que podamos imaginar.

   Y si por suerte, o por sus brillantes dotes de trabajador o trabajadora, o por el "muy sentido deceso" de una acaudalada tía usted se vio de la noche a la mañana superdotado de pisto y en consecuencia de una buena posición social, aún se encuentra en la incómoda situación de ser llamado simplemente "señor", porque ya el hecho de ser llamado Don Fulano, o Don Zutano –así con mayúscula–, sinónimo de donaire, emancipación económica o alcurnia enjundiosa, perdió a todas luces su significancia social.  Aunque pistudo, viejo o nuevo rico, usted, hoy día, en la época de las democracias, no pasará de ser el señor fulano de tal, o llamado a la usanza antigua "Don Filiberto", respetuosamente, con cierto aire de anacronía y forzada seriedad.  Así es como las circunstancias dan paso al estratégico –aunque poco cómodo– caso de ser llamado, o mejor aun, dejarse llamar, sin remitirse a prueba alguna, "licenciado" a secas, una especie de crédito social sin respaldo ninguno, en el grado de "económicus causa", una clase humanizada de cheque sin fondos.  Y es que ser llamado "licenciado" e imprimir el término antepuesto al nombre en la infaltable tarjetita, suele ser de importancia capital e impostergable en estos dorados tiempos en que no todo lo que brilla es oro.  Los años de la devaluación, las especialidades y la especulación.

   Y también están los licenciados de verdad y un poco de mentira:  aquéllos que sí cuelgan su cartón en el bufete o en la oficina para convencer a la clientela de los créditos académicos de quien aguarda a los incautos e incautas tras un típico mamotreto de escritorio, rodeado de cien mil papeles, mudo testimonio de trabajo acumulado o jamás concluido.  Trátase de aquéllos sujetos o tristes damas que huelen a hollín, a moho, que por fin lograron a fuerza de persistencia el título "a puro título", o de aquéllos o aquéllas que por arte de magia volvieron del extranjero ostentándolo por la señal de la santa listura y nada más...

   Porque ser licenciado es muy importante.  Si usted, por ejemplo, ya obtuvo el correspondiente permiso para conducir su cuidado pichirilo, ya puede, si tiene valor, hacerse llamar "licenciado", porque a fin de cuentas el verbo transitivo "licenciar" significa, entre otras cosas, dar licencia, y este último término en su primerísima acepción, según el diccionario, quiere decir "Autorización", venia o permiso para hacer algo".  Así que no hay problema, si usted conduce legalmente su automóvil, esto es, debidamente autorizado para ello, ya puede decirse "licenciado".  Lo mismo ocurrirá con las mil y tantas autorizaciones que para vivir, sobrevivir, civilizadamente, son emitidas a diestra y siniestra por las autoridades competentes.  Así hoy día las licencias, y con ello las "licenciaturas", abundan y visten nombres por doquier.  Caso parecido ocurre con la proliferación de "ingenieros" y no es raro encontrarnos, de vez en cuando, con sujetos que, al presentársenos, de entrada, recalcan su nombre anteponiéndole el aderezo de "licenciado" o "ingeniero", a manera de aviso, como si tal condición formase parte adicionable a la partida de nacimiento o al nombre "de pila".

   Menos mal que aún el país puede contar con decenas de confiables y prestigiosos profesionales que, ostentando merecidamente diversas licenciaturas, doctorados, maestrías, profesorados y diversos grados técnicos, hacen que el desarrollo, la salud y las relaciones sociales de los guatemaltecos marchen viento en popa, pese a tantas vicisitudes.  Medio en serio, medio en broma, a quien le venga el guante, como se dice: ¡Que se lo plante!