17/10/24
Planeta
20/9/24
Gedeón...
Qué jode la tía Toya. Se arruinó el inodoro y se puso terca con que se lo arreglara. ¿Y qué se yo de arreglar inodoros? ¿Acaso soy fontanero o plomero o cosa semejante? Y así se lo hice ver, que yo no sabía de esas cosas y que cuando pasara alguno de esos que dejan tarjetitas tiradas debajo de la puerta en las que se promocionan para destapar desagües y arreglar tuberías, que lo contratara para que arreglara el inodoro.
-Es que son muy chuchos –me dijo-. La vez pasada, solo por cambiar un chorro que se estaba goteando me cobraron un dineral, y por no ver que ni lo dejaron bien, y te recordás de que cuando vino el recibo del agua tuvimos que pagar un exceso tan alto que casi ni pudimos llegar a fin de mes con el gasto. Menos mal que por esos días se apareció Papaíto y él se encargó de arreglar el chorro.
-Pues sí –le dije-, pero es que yo no sé nada de eso. -¿Por qué no le dice a Papaíto que nos haga el favor de venir a ver qué tiene el inodoro?
Ella solo se quedó pensando y se rascó un dedo.
-Mirá –me dijo-, ¿por qué no ves si podés hacer algo? Tal vez solo se trate de algo sencillo, a lo mejor es solo de apretar un tornillo o jalar la cadenita que tienen esas cosas ahí adentro.
En esas discusiones estábamos cuando escuchamos el timbre. Por salir de la molesta discusión me fui a ver quién estaba de visita. Era Gedeón.
-Hola vos –me dijo, con esa su cara de sonso que pone cuando no haya en dónde poner las manos. Otras veces sus visitas me causan molestia, pero esta vez la sentí como de las puras perlas. Lo invité a pasar adelante y me lo llevé hasta el comedor. Saludó a tía Toya muy amorosamente, porque eso sí, es mero amable y meloso con la gente. A mí esas cosas me caen mal, pero cada quien tiene su propio estilo para vivir la vida, ¿verdad?
-Hola doña Toyita -le dijo-. Mire que me da mucho gusto verla, y verla tan bien. ¿Cómo ha estado?
Este Gedeón no le cae bien a mi tía. Y no sé por qué, pero no le cae bien. Ella apenas le respondió el saludo y así, de sopetón le preguntó si sabía algo de arreglar inodoros descompuestos.
-Pues mire, así como quien dice que soy un experto en el asunto, pues no, pero si quiere miro de qué se trata la cosa. A lo mejor es algo sencillo.
Nos fuimos los tres al baño en donde, efectivamente, se escuchaba un ruidito que dejaba saber que había una corriente de agua. Gedeón se acercó al inodoro, levantó el sentadero y se quedó mirando, después lo puso de nuevo en su lugar y quitó la tapadera del tanque. También se quedó mirando para adentro, jaló algo y comenzó a brincar agua por todos lados como si se tratara del surtidor de una de las fuentes del parque central y de pronto los tres estábamos como recién bautizados, de mojados que quedamos. En vez de dejar las cosas como estaban se puso a darle vueltas a algo hasta que lo arrancó y entonces comenzó a salir un chorro de agua verdaderamente impresionante. Quiso poner la tapadera en su lugar pero tal vez por el susto, o porque se resbaló, se le zafó de las manos y la dejó caer al suelo. Tía Toya, que se había ido a buscar una toalla, regresó corriendo al escuchar el estruendo. Quedó espantada al ver tanta agua por todos lados y los pedazos de la tapadera del tanque tirados en el suelo.
-¿Qué pasó? –preguntó con voz trémula. Yo no dije nada.
-Mire doña Toyita –le dijo Gedeón-, ocurre que yo estaba tratando de arreglar esto, ¿verdad?, y ya di con el problema, habrá que ir a comprar un arbolito, porque eso fue lo que se arruinó, el arbolito, mire, estos arbolitos son baratos y es bien fácil ponerlos. Si querés vamos a la ferretería a conseguir uno –me dijo.
-¿Y para mientras toda esta agua? –preguntó tía Toya, a punto de entrar en pánico.
-Ay Dios –le dijo Gedeón-, en un ratito estamos de regreso y dejamos esto arreglado. Vamos vos –me dijo.
Yo ya sé que andar con Gedeón es un riesgo, pero ante la emergencia no lo pensé dos veces y casi salimos corriendo. Llegamos a la ferretería, se puso a explicarle al dependiente que necesitábamos un arbolito para el inodoro. El dependiente nos mostró cuatro diferentes. Gedeón le pregunto cuál era la diferencia entre uno y otro y el dependiente le explicó que lo mejor sería que lleváramos la muestra para no llevar algo equivocado, ya que ningún producto tenía devolución. Luego de mirar detenidamente los cuatro escogió uno, y mostrándomelo me dijo que él veía que ese era el que más se parecía al inodoro de la casa. Como ya lo dije, yo no sé nada de inodoros y confié en su sabiduría. Pagamos el arbolito y nos fuimos de regreso para la casa.
Cuando llegamos eso estaba imposible. Había agua por todas partes y tía Toya corría por todos lados tratando de que la casa no quedara inundada. Gedeón se puso a atornillar el arbolito en algún lugar dentro del tanque, pero evidentemente no pudo atornillar nada
-Yo creo que no era este el arbolito, vos –me dijo-. Vamos a tener que regresar a la ferretería, pero lo bueno es que me voy a llevar la muestra para traer el correcto.
-De estos no tenemos –nos dijo el dependiente
-¿Y ahora qué hacemos? -me dijo el muy bruto, poniendo cara de desolación.
En esas estábamos cuando el dependiente nos preguntó qué era lo que nos estaba pasando. Se lo explicamos, entonces nos propuso que se fuera con nosotros un señor que se mantenía por ahí, precisamente resolviendo problemas de plomería. Poco faltó para que nos lo lleváramos cargado al hombre. Al llegar a la casa, el Gedeón, aduciendo un compromiso urgente me dijo que se tenía que ir por esto y por aquello. Y se fue.
El hombre se puso a hacer su trabajo de plomería. Lo primero que hizo fue cortar el ingreso de agua desde la calle. Trabajó despacio, cobró duro pero dejó todo en orden, menos la tapadera del tanque, claro, que hubo que tirar los pedazos a la basura.
Sería bueno que nunca más venga ese tu amigo a la casa –me dijo tía Toya.
6/8/24
Nota de duelo
7/5/24
Rocky...
ROCKY ROCKOLA
Por Jorge Godínez,
Guatemala
Desde el restaurante de la esquina descubro en las gradas del Parque Gómez Carrillo una aglomeración, me acerco para ver de qué se trata, solo veo espaldas. Me abro paso entre la multitud, pido permiso, empujo. Llego a un punto donde miro una cara larga, tan larga como un maní, cejas juntas hirsutas, ojillos de grillo se esconden tras gafas oscuras, nariz córvida, gorra con visera cubre su cabeza, pelo liso y largo que le llega hasta los hombros. Vestido con pantalón y camisa corrientes, camina sobre tenis. Flaco, nervioso, eléctrico, un juglar en indigencia.
En las gradas de la Concordia se para y se prepara Rocky Rockola para el concierto de rock. Sin más acompañamiento que su propia boca. Rocael inicia con una introducción musical, la gente camina viendo qué mira, vehículos de norte a sur, semáforos en las esquinas. Extrañamente la melodía suena con timbre de saxofón alto y un chinchineo simultáneo marca el ritmo de la melodía inédita. Palabras que no significan nada en un inglés inventado: el ¡changaracachaca changaracachaca!, de una guitarra eléctrica. El ¡Taca tutucu tu tun!, de los tambores. Las personas son cautivadas por el menudo hombre orquesta. La muchedumbre obstaculiza el graderío y banqueta, que normalmente expedita a gran cantidad de peatones. Le hacen semicírculo y al terminar la canción le aplauden, él agradece. Huesuda la mano cubre quijada, pero deja libre la boca, de la que sale un chillido:
--¡Guan mol taim!
La cara de la máscara con voz de radito de transistores suena trifásicamente, es decir, tres emisiones sonoras simultáneas. Toca canciones, muchas de ellas son improvisaciones del momento que se le olvidarán después. Termina la pieza y los aplausos lo gratifican. Risas y frases dichas entre dientes. Insistentemente se toca con dos dedos los anteojos oscuros, tic compulsivo y habitual en cada interpretación del cantante polifónico. Anuncia con voz de locutor el título de la próxima rola, que enseguida sale de su hoyo cantante, como ya dijimos, en triada antinatural: melodía, armonía y ritmos, todo al mismo tiempo. A diferencia de otros hombres orquesta internacionales, Roque no necesita de bombo en la espalda, ni de platillos en las rodillas, ni de acordeón en las manos, sin castañuelas y sin cascabeles, ni trompeta, ni violineta, con solo su jeta, prescindiendo de cualquier bártulo, desafía las leyes naturales de la monofonía.
Las notas concomitan de sus cuerdas vocales, que ora suenan como distorsionador de guitarra eléctrica, ora como batería. Los platazos vibran en sus labios con calidad Zildjian. Lo que suena se puede comparar con una radiodifusora mal sintonizada. El ponchín se abre y cierra ¡Ts ts ts! Hi hat que aplaude jitanjáforas del ¡Tuctucta tucutucutuc ta! No usa micrófono, su intervención es a puro pulmón, garganta y diafragma, sin bocinas, sin consola ni fuente de poder, mucho menos deelay, peor ecualizador, qué crossover ni qué nada. Su voz es un sintetizador de rango extenso y amplia tesitura. Canta a tres voces, lleva los bajos, un piano hace acorde de séptima y la nota sensible produce la modulación, aprovecha la trompeta para la fuga en contrapunto barroco. Violines como zancudos hacen colchón al arreglo. Se pone el puño en la boca y luego grita el muy guasón:
¡Buena música! ¡FM Estéreo!
Al tiempo que habla redobla un tambor como en los circos, sí, como esas fanfarrias en números peligrosos. El hemiciclo formado por transeúntes estacionarios se hace más grande. El show tiene que seguir y el solo de tambores tropicales hace la delicia de los amantes de la salsa, la soca del Arrow y del Rana sale de su hoyo cantante, la batucada filinuda inunda el ambiente y pega en el oído del noble público que invierte su tiempo en escuchar la primera parte del concierto de rock, fusión y derivados. Vienen los aplausos, una ligera reverencia, se quita la gorra y la extiende hacia los espectadores, el semicírculo casi se deshace. Solo unos pocos premian con monedas la actuación, los demás, al ver que hay que pagar, se van de prisa. Si acaso los de adelante, comprometidos por haber disfrutado todo el set, meten la mano al bolsillo y un tanto de mala gana minusvaloran al artista callejero e increíble cantante polifónico. Al singular hombre orquesta guatemalteco.
¡Ingratos!