26/11/24

Uno de Noviembre

Sergio Argüello,
Guatemala

UNO DE NOVIEMBRE

 

   ¿Byron, no vas a trabajar hoy mi amor? El interpelado se agitó ligeramente nervioso en la silla del comedor. Respondió que no. Quiero estar con ustedes y hacer lo que hacen los guatemaltecos en este día. 
—¿Y vamos a poder disponer del carro hoy? Un poco ausente respondió que como es día de asueto, el dueño nos lo deja.  Si queremos trabajar es cosa de nosotros y la ganancia también. 
     Hace poco más de un año que Gabriela y Byron viven juntos, ella es madre soltera y su hijo tiene cinco años.  Después de un corto y romántico noviazgo decidieron unirse. Como Byron no ha legalizado su estadía en Guatemala, continuó trabajando en un taxi rentado…—Ya que querés hacer lo que hacemos acá este día, alistate y vamos al cementerio a ver a mis familiares y luego, si nos alcanza podemos pasar comprando un plato grande de fiambre en “El Rosario”. Todos los años hacen para vender. 
—En los casi tres años que tengo de estar en Guatemala no lo he hecho. Como he visto que este día es tan movido, he aprovechado para ganar un poco más, pero hoy decidí no volver a trabajarlo nunca y pasar contigo y con Aldo siempre…o hasta que me eches. 
Se rieron.  Ya estaba lavándose los dientes cuando oyó que ella le dijo que entonces pasarían juntos todos los uno de noviembre de su vida porque… —nunca te voy a echar, rizado.
    Ayudada por Byron adornó con mucho esmero y casi primor las tumbas de sus padres que se encontraban juntas. Aldo también participaba gustoso en todas las tareas.  Era un bonito camposanto en los suburbios de la zona 5.  Tal como lo había dicho Gabriela, hicieron cuentas y vieron que les alcanzaba holgadamente para dos platos medianos de fiambre y todavía pudieron comprar torrejas para postre.
     Byron que nunca había probado dicho platillo se encantó. Estaba pensando levantarse para ir rápido a comprar más, cuando apareció Gabriela con tres humeantes tazas de café para acompañar las torrejas. Al verla desistió.  Aldo dijo que estaba cansado. La madre lo llevó a recostarse, encendió el televisor y cerró la puerta. 
Mi amor -dijo Byron- estamos después de mediodía, pero esta mañana de hoy al lado de ustedes ha estado realmente deliciosa. Me alegro de no haber trabajado, pero hay algo que tengo que contarte porque como te dije, esta madrugada decidí quedarme para siempre en Guatemala y contigo; No seguiré camino a Estados Unidos y si alguna vez vuelvo a Colombia será para visitar a mis familiares que aún viven y tú me acompañarás. Quiero hacer aquí contigo mi hogar y mi familia. Gabriela se quedó un tanto asombrada a pesar que sabía que se querían bastante; no esperaba aquella declaración precisamente esa mañana. No contestó nada, se levantó y lo besó dulcemente en la boca, derramaba dos silenciosas lágrimas cuando lo hizo. Si mi cielo quédate…
  Byron la abrazó, la sentó en sus piernas y así abrazados empezó a relatar: ¿recuerdas que hace un año estuve algo enfermo? Me dio fiebre, no podía dormir, me descuidé y dejé de trabajar unos cuantos días.  Me cuidaste con tanto amor a pesar que no teníamos mucho tiempo juntos, me apoyaste y tu ternura fue la medicina clave para componerme. 
     …Ese día venía a casa después del trabajo, Todavía no conocía bien la ciudad, cuando en una de las calles aledañas al cementerio, —ahora sé que allí queda el cementerio—; vi un muchacho que estaba bajo la luz del poste, estaba descalzo y tenía un zapato en la mano.  Me hizo señas, di la vuelta pensando en unos billetes más. Cuando lo vi bien, era alto, delgado y tenía la cara con raspones muy fuertes, estaba llorando, me pidió que lo llevara a su casa, dijo que al llegar me pagaría y que había tenido un accidente. Me contó que andaba con amigos divirtiéndose, pero que cuando se sintió algo mareado por el alcohol se despidió y camino a encontrar un taxi lo habían atropellado. Entre llanto me dijo que lo que más sentía era que ese día estaba estrenando esos tenis. Había perdido uno y su papá lo iba a regañar fuerte no solo por el accidente, sino por lo caro del calzado.
Llegamos a su casa, yo guiado por él, en una colonia de la zona 7; tomó el zapato que había colocado sobre la alfombra del carro y se encaminó a traer el pago por el servicio. Pasado un tiempo prudencial salí del auto y toqué en la casa que lo vi entrar. El hombre que salió me preguntó que deseaba.  Le expliqué. El señor me miró con gesto de desaprobación y me preguntó si era una broma.  — No señor, es la verdad.
Se mostró indignado y dijo: algún borracho desgraciado se inventó esta broma, si de veras hubieran sido amigos de mi hijo sentirían respeto por la memoria de él y por mí, ¡desgraciados! Cuando vi que iba a cerrar le pregunté qué pasaba y relató que efectivamente ahí donde yo había recogido a mi pasajero, hacía unos meses un automóvil había atropellado mortalmente a su hijo.
—Usted ha sido víctima de un bromista de mala entraña.
Recordé lo del zapato y lo corroboró. El señor me dijo algo de canas y respeto que ya no escuché; cómo pude, intrigado, me vine a casa, sin embargo, incrédulo como soy y porque me quedaba en el camino, volví a pasar por el cementerio, ¡allí estaba otra vez el muchacho con un zapato en la mano haciendo señas a los autos! Me vio a los ojos y su gesto de sufrimiento se intensificó. La piel se me erizó, sentí pánico y quise gritar, pero más bien aceleré para venir pronto contigo.  Apenas comí, ¿recuerdas? Lo demás tú lo sabes. Sabes también que no soy supersticioso y no creo más que en los fríjoles que me como, pero enfermé por la impresión; la ternura con que me entendiste y me cuidaste me abrieron los ojos y el corazón. Viviré contigo de aquí en adelante mientras tú me ames.
—Amor, a mí también se me erizó la piel. Y así eriza volvió a besarlo.

17/10/24

Planeta

Javier Payeras,
Guatemala


PLANETA


   No tengo gente alrededor, me dejaron en mi planeta. Camino todo el día en calles donde no hay nadie. Entro por las puertas de todas las casas. Las carreteras son líneas nada más, no pasan carros, no se ve una sola alma. Las tiendas han sido abandonadas. Los edificios son cadáveres de polvo. todo está tan solo y es tan vasto.

   Mi mundo es enorme desde que se quedó sin gente.

   Se fueron por la noche y no me dijeron nada. Construyeron sus naves en secreto, ocultaron muy bien su plan de abandonarme.

   No tengo nada qué hacer si en esta soledad solamente quedaron las cosas.

   Todo lo que alguna vez fue mi vida, viaja ahora por el espacio. Mi familia, mis vecinos, mis compañeros de trabajo...

   Me dejaron monstruos. Una huella de combustible. El surco de nubes en el cielo. Invierno en tenazas. Dos langostas gigantes. Algunos reptiles. Una catedral de cohetes y antenas.
Plástico y basura cibernética.

   Las calles se quedan poco a poco sin luces y la lluvia está encharcando en todos lados. Ya no es tarde, ya no puede ser tarde, ya nunca será temprano ni nunca volverá a ser nunca.
Se acabaron las promesas. También las contradicciones. Se fugó la depresión con potentes turbinas. Solo queda tiempo inútil para invertirlo inútilmente.

   Cada quien sabe que al dejarlo todo siempre se corre el peligro de estar muerto. Sin embargo no pareció importarles. Se lanzaron con arrebato hacia otro mundo, otro sitio que ni siquiera imaginaron. Están por todo el cielo.

   Cada locura imagina de distinto modo el futuro. A veces son máquinas, a veces plantas carnívoras, dinastías de simios, antimateria, máquinas o clones. Nadie se imagina esta soledad.

20/9/24

Gedeón...

Por Víctor Muñoz,
Guatemala


 Gedeón plomero



Qué jode la tía Toya.  Se arruinó el inodoro y se puso terca con que se lo arreglara.  ¿Y qué se yo de arreglar inodoros?  ¿Acaso soy fontanero o plomero o cosa semejante?  Y así se lo hice ver, que yo no sabía de esas cosas y que cuando pasara alguno de esos que dejan tarjetitas tiradas debajo de la puerta en las que se promocionan para destapar desagües y arreglar tuberías, que lo contratara para que arreglara el inodoro.

-Es que son muy chuchos –me dijo-.  La vez pasada, solo por cambiar un chorro que se estaba goteando me cobraron un dineral, y por no ver que ni lo dejaron bien, y te recordás de que cuando vino el recibo del agua tuvimos que pagar un exceso tan alto que casi ni pudimos llegar a fin de mes con el gasto.  Menos mal que por esos días se apareció Papaíto y él se encargó de arreglar el chorro.

-Pues sí –le dije-, pero es que yo no sé nada de eso. -¿Por qué no le dice a Papaíto que nos haga el favor de venir a ver qué tiene el inodoro?

Ella solo se quedó pensando y se rascó un dedo.

-Mirá –me dijo-, ¿por qué no ves si podés hacer algo?  Tal vez solo se trate de algo sencillo, a lo mejor es solo de apretar un tornillo o jalar la cadenita que tienen esas cosas ahí adentro.

En esas discusiones estábamos cuando escuchamos el timbre.  Por salir de la molesta discusión me fui a ver quién estaba de visita.  Era Gedeón.

-Hola vos –me dijo, con esa su cara de sonso que pone cuando no haya en dónde poner las manos.  Otras veces sus visitas me causan molestia, pero esta vez la sentí como de las puras perlas.  Lo invité a pasar adelante y me lo llevé hasta el comedor.  Saludó a tía Toya muy amorosamente, porque eso sí, es mero amable y meloso con la gente.  A mí esas cosas me caen mal, pero cada quien tiene su propio estilo para vivir la vida, ¿verdad?

-Hola doña Toyita -le dijo-.  Mire que me da mucho gusto verla, y verla tan bien.  ¿Cómo ha estado?

Este Gedeón no le cae bien a mi tía.  Y no sé por qué, pero no le cae bien.  Ella apenas le respondió el saludo y así, de sopetón le preguntó si sabía algo de arreglar inodoros descompuestos.

-Pues mire, así como quien dice que soy un experto en el asunto, pues no, pero si quiere miro de qué se trata la cosa.  A lo mejor es algo sencillo.

Nos fuimos los tres al baño en donde, efectivamente, se escuchaba un ruidito que dejaba saber que había una corriente de agua.  Gedeón se acercó al inodoro, levantó el sentadero y se quedó mirando, después lo puso de nuevo en su lugar y quitó la tapadera del tanque.  También se quedó mirando para adentro, jaló algo y comenzó a brincar agua por todos lados como si se tratara del surtidor de una de las fuentes del parque central y de pronto los tres estábamos como recién bautizados, de mojados que quedamos.  En vez de dejar las cosas como estaban se puso a darle vueltas a algo hasta que lo arrancó y entonces comenzó a salir un chorro de agua verdaderamente impresionante.  Quiso poner la tapadera en su lugar pero tal vez por el susto, o porque se resbaló, se le zafó de las manos y la dejó caer al suelo.  Tía Toya, que se había ido a buscar una toalla, regresó corriendo al escuchar el estruendo.  Quedó espantada al ver tanta agua por todos lados y los pedazos de la tapadera del tanque tirados en el suelo.

-¿Qué pasó? –preguntó con voz trémula.  Yo no dije nada.

-Mire doña Toyita –le dijo Gedeón-, ocurre que yo estaba tratando de arreglar esto, ¿verdad?, y ya di con el problema, habrá que ir a comprar un arbolito, porque eso fue lo que se arruinó, el arbolito, mire, estos arbolitos son baratos y es bien fácil ponerlos.  Si querés vamos a la ferretería a conseguir uno –me dijo.

-¿Y para mientras toda esta agua? –preguntó tía Toya, a punto de entrar en pánico.

-Ay Dios –le dijo Gedeón-, en un ratito estamos de regreso y dejamos esto arreglado.  Vamos vos –me dijo.

Yo ya sé que andar con Gedeón es un riesgo, pero ante la emergencia no lo pensé dos veces y casi salimos corriendo.  Llegamos a la ferretería, se puso a explicarle al dependiente que necesitábamos un arbolito para el inodoro.  El dependiente nos mostró cuatro diferentes.  Gedeón le pregunto cuál era la diferencia entre uno y otro y el dependiente le explicó que lo mejor sería que lleváramos la muestra para no llevar algo equivocado, ya que ningún producto tenía devolución.  Luego de mirar detenidamente los cuatro escogió uno, y mostrándomelo me dijo que él veía que ese era el que más se parecía al inodoro de la casa. Como ya lo dije, yo no sé nada de inodoros y confié en su sabiduría.  Pagamos el arbolito y nos fuimos de regreso para la casa.

Cuando llegamos eso estaba imposible.  Había agua por todas partes y tía Toya corría por todos lados tratando de que la casa no quedara inundada.  Gedeón se puso a atornillar el arbolito en algún lugar dentro del tanque, pero evidentemente no pudo atornillar nada

-Yo creo que no era este el arbolito, vos –me dijo-.  Vamos a tener que regresar a la ferretería, pero lo bueno es que me voy a llevar la muestra para traer el  correcto.

-De estos no tenemos –nos dijo el dependiente

-¿Y ahora qué hacemos? -me dijo el muy bruto, poniendo cara de desolación.

En esas estábamos cuando el dependiente nos preguntó qué era lo que nos estaba pasando.  Se lo explicamos, entonces nos propuso que se fuera con nosotros un señor que se mantenía por ahí, precisamente resolviendo problemas de plomería.  Poco faltó para que nos lo lleváramos cargado al hombre.  Al llegar a la casa, el Gedeón, aduciendo un compromiso urgente me dijo que se tenía que ir por esto y por aquello.  Y se fue.

El hombre se puso a hacer su trabajo de plomería.  Lo primero que hizo fue cortar el ingreso de agua desde la calle.  Trabajó despacio, cobró duro pero dejó todo en orden, menos la tapadera del tanque, claro, que hubo que tirar los pedazos a la basura.

Sería bueno que nunca más venga ese tu amigo a la casa –me dijo tía Toya.  

6/8/24

Nota de duelo

 Dirección de Mesa de Poesía


Adiós poeta Jesús García Clavijo


   Tras sufrir serios quebrantos en su salud, nuestro querido poeta y colaborador por muchos años en Mesa de Poesía, el cubano Jesús García Clavijo, falleció el pasado 25 de julio del presente año en su ciudad Santiago de Cuba. Mucho hará falta Jesús, el mundo de la Poesía lo extrañará. Desde este espacio literario externamos nuestro pesar a su querida esposa Irene, a su hija Irenita y a toda su apreciada familia.


7/5/24

Rocky...

 ROCKY ROCKOLA

Por Jorge Godínez,

Guatemala


     

    Desde el restaurante de la esquina descubro en las gradas del Parque Gómez Carrillo una aglomeración, me acerco para ver de qué se trata, solo veo espaldas. Me abro paso entre la multitud, pido permiso, empujo. Llego a un punto donde miro una cara larga, tan larga como un maní, cejas juntas hirsutas, ojillos de grillo se esconden tras gafas oscuras, nariz córvida, gorra con visera cubre su cabeza, pelo liso y largo que le llega hasta los hombros. Vestido con pantalón y camisa corrientes, camina sobre tenis. Flaco, nervioso, eléctrico, un juglar en indigencia.

     En las gradas de la Concordia se para y se prepara Rocky Rockola para el concierto de rock. Sin más acompañamiento que su propia boca. Rocael inicia con una introducción musical, la gente camina viendo qué mira, vehículos de norte a sur, semáforos en las esquinas. Extrañamente la melodía suena con timbre de saxofón alto y un chinchineo simultáneo marca el ritmo de la melodía inédita. Palabras que no significan nada en un inglés inventado: el ¡changaracachaca changaracachaca!, de una guitarra eléctrica. El ¡Taca tutucu tu tun!, de los tambores. Las personas son cautivadas por el menudo hombre orquesta. La muchedumbre obstaculiza el graderío y banqueta, que normalmente expedita a gran cantidad de peatones. Le hacen semicírculo y al terminar la canción le aplauden, él agradece. Huesuda la mano cubre quijada, pero deja libre la boca, de la que sale un chillido:

     --¡Guan mol taim!

     La cara de la máscara con voz de radito de transistores suena trifásicamente, es decir, tres emisiones sonoras simultáneas. Toca canciones, muchas de ellas son improvisaciones del momento que se le olvidarán después. Termina la pieza y los aplausos lo gratifican. Risas y frases dichas entre dientes. Insistentemente se toca con dos dedos los anteojos oscuros, tic compulsivo y habitual en cada interpretación del cantante polifónico. Anuncia con voz de locutor el título de la próxima rola, que enseguida sale de su hoyo cantante, como ya dijimos, en triada antinatural: melodía, armonía y ritmos, todo al mismo tiempo. A diferencia de otros hombres orquesta internacionales, Roque no necesita de bombo en la espalda, ni de platillos en las rodillas, ni de acordeón en las manos, sin castañuelas y sin cascabeles, ni trompeta, ni violineta, con solo su jeta, prescindiendo de cualquier bártulo, desafía las leyes naturales de la monofonía.

     Las notas concomitan de sus cuerdas vocales, que ora suenan como distorsionador de guitarra eléctrica, ora como batería. Los platazos vibran en sus labios con calidad Zildjian. Lo que suena se puede comparar con una radiodifusora mal sintonizada. El ponchín se abre y cierra ¡Ts ts ts! Hi hat que aplaude jitanjáforas del ¡Tuctucta tucutucutuc ta! No usa micrófono, su intervención es a puro pulmón, garganta y diafragma, sin bocinas, sin consola ni fuente de poder, mucho menos deelay, peor ecualizador, qué crossover ni qué nada. Su voz es un sintetizador de rango extenso y amplia tesitura. Canta a tres voces, lleva los bajos, un piano hace acorde de séptima y la nota sensible produce la modulación, aprovecha la trompeta para la fuga en contrapunto barroco. Violines como zancudos hacen colchón al arreglo. Se pone el puño en la boca y luego grita el muy guasón:

     ¡Buena música! ¡FM Estéreo! 

     Al tiempo que habla redobla un tambor como en los circos, sí, como esas fanfarrias en números peligrosos. El hemiciclo formado por transeúntes estacionarios se hace más grande. El show tiene que seguir y el solo de tambores tropicales hace la delicia de los amantes de la salsa, la soca del Arrow y del Rana sale de su hoyo cantante, la batucada filinuda inunda el ambiente y pega en el oído del noble público que invierte su tiempo en escuchar la primera parte del concierto de rock, fusión y derivados. Vienen los aplausos, una ligera reverencia, se quita la gorra y la extiende hacia los espectadores, el semicírculo casi se deshace. Solo unos pocos premian con monedas la actuación, los demás, al ver que hay que pagar, se van de prisa. Si acaso los de adelante, comprometidos por haber disfrutado todo el set, meten la mano al bolsillo y un tanto de mala gana minusvaloran al artista callejero e increíble cantante polifónico. Al singular hombre orquesta guatemalteco.

     ¡Ingratos!

5/3/24

Soy poeta...

Javier Payeras,
Guatemala


SOY POETA... CARAJO



   Algo queda vacante cuando se va la inocencia, ¿inocencia o ingenuidad?, puede que la confusión entre ambas palabras -ambiguas al fin- sea el paso que nos obliga a escribir desde muy temprano. Se abre la claridad y hay un montón de colillas de cigarro revueltas con fideos en una caja de comida china, anotamos el desastre y nos sentimos lejos del mundo… sedientos de estar solos. La inocencia se pierde entonces cuando reclamamos esa soledad que en la madurez se acentúa con más claridad: pocos amigos, horarios rígidos y prioridades de vida. 

   A veces caminamos buscando muelles y nos damos cuenta que nuestra ciudad no tiene vista hacia el océano, apenas un cielo rayado de cables que van directo a postes parecidos a crucifijos, por las noches el cielo desaparece ante los letreros inmensos de los McDonald´s y uno se queda entonces paralizado tratando de comprender que todo futuro va directo a la nostalgia y que los días son más líquido que tierra firme.

   Acaso lo que nos va sumando la experiencia es precisamente la imagen anticipada de un final. Un final que no es como pensamos: un cielo martillado mientras las luces van apagándose como en una película de Antonioni… Realmente los finales que vivimos tantas veces en la vida son situaciones más humildes: vivir de la escritura (esperando ganar para vivir de ello) o el día que nos retiramos para siempre de los bares o las muchas despedidas que lleva encima la palabra “escritor”. La poesía enciende los cirios de aquellas habitaciones donde nos cortaron la luz, queda pues enunciar y definir el carácter… soy poeta, carajo.