Francisco Garzaro,
Guatemala
Don zanate
Quién diría que este vivaracho animalito, que los capitalinos vemos por todos lados en la ciudad de Guatemala, lleva, por bautizo científico, el sonoro y hasta distinguido nombre de "Quiscalus Macrurus".
En efecto, ¿quién no lo ha visto, o, más bien dicho, quién no ha visto a doña zanate –pues en verdad se trata de una "ella" vestida de infaltable plumaje café–, la bullanguera pareja de don tenorio clarinero, volar en alegre bandada alrededor de todos aquellos viejos arbolones que sirven de cobijo a su numerosa familia en parques como el recordado "Concordia" –hoy Gómez Carrillo– o, inclusive, en aquella antigua "Avenida de los Árboles" que corre en plena zona uno extendiéndose a la zona seis?
Ciertamente, y quizás hace tantos años que no podemos recordarlo, los zanates adoptaron al Hombre, decidiendo, con muchísima lisura, vivir con él libremente en las ciudades. Y esto resulta tan cierto como que son raramente vistos en zonas despobladas. Aquí mismo, como decíamos, cualquier curioso capitalino podrá darse cuenta del alegre y bullicioso recreo que arman por doquier estos simpáticos animalitos, especialmente temprano, al despertar, o al "irse a la cama" en las arboledas, cotidianamente, hacia las seis de la tarde.
Y nadie se ha preguntado cómo estas aves logran sobrevivir en una ciudad saturada de venenosos gases liberados por los escapes de millares de automóviles y transportes de todo tipo. Y más aún quedaríamos sorprendidos, al saber que esta especie en realidad parece preferir la vida civilizada de las ciudades, porque allá en el campo le es difícil encontrar los ricos residuos de comida humana que tanto ha aprendido a degustar. Eso para no hablar de los fatídicos insecticidas contemporáneos que aniquilan a las orugas y a otros insectos constitutivos de su "dieta" básica u original; allá en el campo, esta especie tendría que avenirse –como de hecho lo hace "en el monte" el resto de la familia Macrurus– a una alimentación rutinaria, picoteando desabridos y raquíticos gusanillos que, de cualquier forma, también están por añadidura al alcance del pico en la ciudad para el alimento de la exigente prole. En realidad las áreas citadinas ofrecen a estas aves muchísimas cosas más: jardines y monumentos para curiosear a los humanos cuando se divierten o cuando se ponen "marciales"; frescas fuentes o graciosas piletas residenciales donde chapotear alegremente gozando de un reconfortante secado de alas a pleno sol o, en su defecto, cantidad de deliciosos charcos refrescantes y suficientes tejados y azoteas donde aterrizar. Y por aquello de la nostalgia, unos cuantos aletazos y la alegre zanatada vacaciona en cualquiera de los cercanos barrancos que circundan la ciudad capital...
Y la principal "estrategia" de sobrevivencia de esta listísima avecilla es, precisamente, el pasar inadvertida para la mayoría de la especie humana con la que comparte la ciudad. Pasando por "feo" o por "común" –¡vaya listura!– el zanate vive, ¡perdón!, doña zanate vive más o menos tranquila entre nosotros y nosotras con su elegantísimo y protector marido don clarinero, salvo, claro está, que este bullanguero lince con alas aviste algún travieso adolescente que, honda en mano, pretenda probar suerte con su puntería.