Aunque Juanito Golondrina era el patojo más bueno del barrio, aquel día radiante conoció el
dolor más raro del mundo. Alguien lastimaba desde adentro sus entrañas candorosas; alguien
desde el anonimato del sentimiento salpicaba calladamente de culpa el ensueño y sobre todo
alcanzaba sus amados cuentos infantiles repletos de alegres animales y coloridos bosques
encantados; y aquella triste sonrisa, tan distinta de la suya y que llevaba encajada e inédita
en el rostro -que sólo sabía de besos maternales- era más bien la primera mueca de asombro
que su alma transparente y noble intentaba como voz de alarma.
Allá en la sombra fresca de la arboleda está Juanito a solas con su fusil de viento. Un niño y
su encuentro a solas con el asombro. Con el desconocido mundo.